En junio del año pasado, la Organización Mundial de la Salud publicó una nueva edición de su manual de la Clasificación Internacional de Enfermedades para sustituir a la del año 1990 y que entrará en vigor el uno de enero de 2022. En ella, la transexualidad pasó de considerarse un ‘trastorno mental’ a denominarse ‘incongruencia de género’. La modificación que efectuó la Organización es un logro para el colectivo LGTBIQ+, aunque todavía queda camino por hacer, ya que aún no se ha despatologizado de manera total la transexualidad.
Yuli Pérez nació en Tenerife con genitales masculinos. Desde que tuvo uso de razón se dio cuenta de que ese cuerpo no le pertenecía. Su familia la apoyó desde el principio, al igual que su madre fue un gran pilar para ella, que comprendía a la perfección quién era su hija. A temprana edad intentó visibilizarse como mujer, aunque su entorno más cercano prefirió que no lo hiciera para protegerla. Fue a los once años cuando apartó la ropa de niño de su armario y comenzó a manifestarse de cara a la sociedad tal y como era realmente.
En octubre de 2014, el Parlamento de Canarias aprobó la Ley de no Discriminación por motivos de identidad de género y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales. Dentro del ámbito escolar, se encarga del ‘acompañamiento’ del alumnado. Pretende fomentar el respeto por los estudiantes y facilitarles, entre otras cosas, el poder acceder a los baños y vestuarios correspondientes. Pero siempre no ha sido así.
En España, un 83 % de los menores y adolescentes trans piensan en el suicidio. De ese 80, un 40 % lo intenta y, finalmente, más de un 7 % lo lleva a cabo. En Canarias tenemos al menos un suicidio al año de personas trans, que en la mayoría de los casos es un menor de edad.
Forzada por el bullying
En 2009 Yuli llegó al colegio La Salle La Laguna para cursar Secundaria. Allí comenzaron los problemas y se abrieron las puertas que la llevaron al infierno. La transfobia que se respiraba en aquellas aulas donde solo había agresiones e insultos a una niña, tanto por parte del alumnado como del profesorado, hizo que acabase acudiendo a un psiquiatra: «Me escupían y me tiraban del pelo. Incluso se me obligaba a ir al baño de chicos», afirma. El médico la sedaba a base de sertralina y diazepam para que así pudiera llevar mejor la situación, evitando que las crisis de ansiedad se apoderasen de su día a día. A causa de los tratamientos tan fuertes acudía a clase dormida y su rendimiento escolar se vio perjudicado. Por decisión propia dejó a un lado todas esas pastillas y optó por enfrentarse a sus miedos, plantando cara a las situaciones injustas que estaba viviendo y oponiéndose a sus acosadores.
«En el instituto me decían que me estaban apoyando y tratando como yo quería, pero esto no era verdad», destaca. Fue expulsada del centro por escupir a un profesor, el cual le había pegado una bofetada tras aparecer allí vestida con mallas y tacones. Como consecuencia de este acto, que tuvo lugar por querer defenderse ante una agresión injusta, decidió no volver nunca más al lugar y emprendió un viaje personal hacia su empoderamiento como mujer, enfrentándose a la discriminación y al rechazo social.
En la actualidad, un bajo número de personas trans consiguen llegar a las universidades. Por el bullying y la transfobia recibida durante el colegio y el instituto temen que les vaya a pasar algo peor en las facultades, ya que en estos lugares hay una mayor libertad individual.
«Mi expareja intentó matarme dos veces»
Tiempo después retomó sus estudios en un centro para adultos y consiguió costearse el tratamiento hormonal que necesitaba. A los dieciséis años el amor llamó a su puerta. Ella la abrió sin saber que se adentraría en una relación tóxica, llena de sufrimiento, maltrato psicológico y físico. Ya no salía de casa. Su pareja la sometía, haciéndole creer que tenía que hacer siempre lo que él quisiera. Le robaba a la adolescente el poco dinero que tenía para pagar sus hormonas y así él poder comprarse droga.
Tras un año de irregularidades a la hora de cumplir con el tratamiento hormonal llegaron las consecuencias: un aumento de peso «exagerado» al que se sumó una autoestima «pésima». La situación fue aprovechada por su pareja para hundirla y maltratarla psicológicamente. «Me decía que estaba gorda y fea y que siendo una mujer transexual no iba a encontrar a otro que me quisiera», cuenta.
Yuli, tras estar tres años y medio aguantando este tipo de situaciones, se reveló contra su agresor. Un día la empujó por las escaleras desde un cuarto piso. Contó la terrible agresión a otras personas pero nadie la creía: «Me vi realmente sola y me sentí abandonada». Su familia era consciente de la tesitura, pero no quiso ser partícipe para que ella se diera cuenta de que tenía que conseguir salir de ahí y poner fin a esa relación problemática. Optó por callar y aguantar el maltrato verbal y físico. Este último se manifestaba a través de los moratones que dejaba en su piel: «Me llegó a hacer bastantes heridas por todo el cuerpo». Cansada de todo, intentó irse de la casa donde vivían juntos. A raíz de esto, el varón trató de matarla dos veces. La joven se armó de valor y animada por la Policía consiguió denunciarlo.
En España, la Ley de Violencia de Género no ampara a las mujeres trans, a menos que tengan su DNI modificado. Si en el documento la afectada apareciese como chico, la ley no la protegería al entender que la agresión es «entre dos hombres». Yuli tenía el suyo actualizado, por lo que empezó a recibir una de las ayudas económicas que el Gobierno facilita a las víctimas de violencia machista. Poco a poco, respaldada por un centro de mujeres maltratadas, fue logrando salir del horrible entorno en el que se encontraba y recuperar la libertad que había perdido. Una de las soluciones que le dieron fue la de irse a Gran Canaria para empezar una nueva vida, idea que no creyó correcta: «Querían alejarme a mí de él cuando realmente él era quien me estaba acosando y maltratando».
Un protocolo pionero en toda España
En marzo de 2019, la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias aprobaba, tras años de lucha constante por parte del colectivo, un protocolo de atención sanitaria a las personas trans, siendo calificado como «pionero e innovador» en todo el país. Con él, se contempla la atención en cualquier etapa de su vida y pretende mejorar la «sensibilización de los profesionales sanitarios», para así acabar con la «estricta visión médica» que siempre se ha llevado a cabo. Del mismo modo contribuirá a no estigmatizar ni juzgar, todo dentro de un «espacio terapéutico cercano y seguro» con el objetivo de que la persona pueda vivir con naturalidad su proceso de transición de género.
TransGirls, activismo y reivindicación
Hoy, Yuli Pérez es una persona nueva, luchadora y feliz. Reivindica un cuerpo curvy y natural, para así hacer entender a la sociedad que las chicas trans no tienen que seguir un mismo canon de belleza: «No siempre tenemos que ser altas, delgadas y tetonas con los labios operados».
Preside la asociación TransGirls, constituida en septiembre de 2018 e integrada por más de cincuenta mujeres que fomentan el respeto por la diversidad. Entre todas asesoran y educan en relación al tema, ya que dentro del colectivo LGTBIQ+, las personas trans e intersexuales son las que más pasan desapercibidas. Ofrecen charlas de orientación y concienciación en colegios y universidades para dar visibilidad. Además, denuncian que en nuestro país el 80 % de ellas está en paro, debido a que sufren una doble discriminación laboral por el hecho de ser mujeres y trans. «Muchas ejercen como prostitutas porque no consiguen encontrar trabajo», subraya.
TransGirls, junto a más asociaciones de toda España, lucha por la implantación de una Ley Trans Estatal para acabar, entre otras cosas, con la exclusión laboral que sufre el colectivo, al igual que para poner fin a la discriminación y las desigualdades.