La situación política de España es vergonzosa. Últimamente, estamos presenciando como está saliendo a la luz la escasa formación que tienen nuestros políticos y, sobre todo, la falta de honestidad. No sé qué es peor. Hemos visto como en el Parlamento se discute sobre si aquel tiene un doctorado o si el otro cursó realmente un máster, en lugar de tratar temas que conciernen a la política como es la inestabilidad en Cataluña, por poner un ejemplo.
El caso de Cristina Cifuentes, el de la exministra de Sanidad Carmen Montón y más recientemente el de Pablo Casado, ocupan cada día la palestra informativa en los medios de comunicación, y afectan directamente a la universidad que ha dado algún trato VIP a determinados alumnos. Hablamos de la bien conocida Rey Juan Carlos. Realmente no sé qué es más grave: que los políticos mientan o que ese centro facilite títulos a saber a cambio de qué.
Los datos son esclarecedores. Según el periódico La Razón, solo un 22 % de los diputados tiene un máster de verdad y un 12 % no cuenta con estudios universitarios.
«Dime de qué presumes y te diré de qué careces»
Es un asunto que no debe generalizarse a todas las universidades pero que, tarde o temprano, acabará afectando a gran parte de ellas. Se están desprestigiando los másteres y doctorados a nivel nacional, y eso es una injusticia para las instituciones académicas y los estudiantes honrados.
Es triste darse cuenta que nuestros políticos tratan de engordar sus currículos. Hemos presenciado como, a raíz de los casos que han salido a la luz, muchos han decidido eliminar de los portales de transparencia algunos cursos o posgrados que no habían cursado y, mucho menos, aprobado.
Considero más que necesarias las dimisiones que se han producido como consecuencia de las irregularidades académicas. Lejos de ser una democracia perfecta, deberíamos empezar por exigir verdadera honestidad a nuestros políticos. Solo espero que esto se refleje algún día en las urnas.