Una marea violeta bañó las calles de La Orotava en la mañana de ayer, 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer y la huelga laboral, estudiantil, de cuidados y de consumo. Más de 300 colectivos se han organizado y bajo el lema «si paramos nosotras, se para el mundo», intentan demostrar la verdadera importancia de las mujeres en cualquier circunstancia… Sin embargo, merece la pena echar un ojo a nuestro país y darnos cuenta hasta qué punto se produce esa desigualdad: brecha salarial, diferencia de oportunidades, techo de cristal, discriminación, maltrato, acoso, ¿lenguaje sexista?
La Constitución Española establece, en su artículo 14, que cualquier individuo español es igual ante la ley por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición social. Una vez clara la legislación vigente, hablemos de desigualdades. Generalmente, nos referimos con el término desigualdad a la disparidad entre sexos y casi nunca a diferencias de opinión, religión o incluso raza. El tema de la igualdad queda prácticamente relegado al ámbito del sexo y aquí la lengua tiene mucho que decir. La discusión constante entre si la lengua es sexista o lo es la realidad ha provocado la creación de múltiples posturas en la sociedad actual.
Se produce confusión entre género gramatical y el sexo biológico
Empecemos por el principio, por la socialización primaria, la que se da en las escuelas y llega a cada individuo como el primer contacto con la sociedad. Se enseña en clases de lengua que la “o” equivale al género masculino y la “a” al femenino. Y así es. El problema viene cuando se produce la confusión entre el género gramatical y el sexo biológico. El género gramatical es sencillamente eso: una característica arbitraria de la lengua natural que permite clasificar las palabras en las de género femenino, por un lado, y las de género masculino, por otro (y no palabras femeninas o masculinas, pues esto se refiere al sexo biológico y las palabras no tienen sexo). Se ha acordado, por razones de economía de la lengua, utilizar el género masculino con valor genérico.
Aún aclarada esta cuestión teórica, algunos siguen insatisfechos e intentan solventar esta “insuficiencia del lenguaje” con la aceptación del arroba como grafía inclusiva de ambos géneros, que no sexos. De esta manera, se prefiere escribir “tod@s l@s niñ@s” a “todos los niños y todas las niñas” – o simplemente “todos los niños” – y parece que así se resuelve el dilema de la discriminación de géneros. Puede resultar ingenioso e, incluso, se podría aceptar en la lengua escrita, pero este símbolo es imposible de vocalizar y queda totalmente fuera de la competencia oral del lenguaje. Últimamente, también se ha adoptado la letra x para intentar resolver el problema, pero resulta igual de imposible de leer “todxs”.
La sociedad es sexista, la lengua no. Como bien dice Rosa Montero, “la lengua es la piel de la sociedad”, y en ella se reflejan todos los valores que en la ciudadanía imperan. El problema viene a la hora de no saber distinguir entre lengua y realidad.
«Lo que no se nombra, no existe»
Desde el punto de vista de los defensores de que la lengua es sexista, el problema subyace en la innegable e histórica invisibilidad del sexo femenino en discursos, textos o cualquier tipo de producción lingüística. Apelan por un lenguaje inclusivo, el cual tiene como principal objetivo hacer visible a las mujeres y al resto de colectivos sociales. Su argumento más fuerte es que “lo que no se nombra, no existe”. La palabra tiene mucho poder y si con ella no se incluye a algún grupo, no se le da presencia alguna.
En definitiva, creo que la sociedad ha llegado a un límite que roza la línea roja. Estamos viviendo unos tiempos que podrían denominarse la era del sentirse ofendido. Es cierto que la versatilidad de la lengua debe fomentar cambios para mejorar y asegurar la igualdad y dignidad de todas las personas. Porque “todos” somos “todos y todas” y porque lo que hay que cambiar son nuestras mentes. La lengua no puede tener actitudes sexistas porque ella no hace nada, no actúa, los que actuamos somos nosotros – y nosotras -. Dejar de ser sexistas es una cuestión de actitud social.