El sector primario en Gran Canaria sufre una decadencia debido a diversos factores, como el de la crisis o el auge del turismo, que se ha adueñado poco a poco del papel de motor económico. Según afirma el Cabildo, el 22 % del terreno de la Isla es aprovechable para cultivar, sin embargo, solo se utiliza el 8 %. Para contribuir en la solución de esta delicada circunstancia, el Ayuntamiento de Agüimes puso en marcha en el año 2014 el proyecto pionero Huertos Urbanos, impulsado por la Agencia de Desarrollo Rural de la institución y coordinado por la ingeniera agrícola, Carmen Delia Hernández, que se encarga del asesoramiento funcional de las labores que se llevan a cabo.
Hernández declara que la iniciativa tiene como objetivos promover el cultivo agrario-ecológico y apoyar a las familias del municipio con necesidades especiales, mediante la concesión de parcelas rústicas, que les otorga la oportunidad de plantar hortalizas y verduras para consumo propio. Los terrenos están situados en la Finca de los Blases, en la Hoya de los Cercadillos, ubicada en el término municipal, en el anexo de una granja de vacas. “La localización es un punto a favor, dado que se dispone en todo momento del estiércol necesario para la fertilización del sembrado”, explica la experta.
Esta idea intenta repercutir en el bienestar individual de los ciudadanos, que se encuentran en una difícil situación económica, poniéndolos en contacto con la naturaleza. De esta forma, tienen la posibilidad de obtener productos sanos y de suprema calidad, porque no se usan componentes químicos para proteger a las plantaciones de plagas. En este caso, se utilizan siempre procedimientos naturales, como el de la maceración de la ortiga, que consiste en un preparado que es capaz de repeler a los insectos dañinos, como los pulgones o las moscas blancas. Otras de las alternativas es el empleo de la cáscara de la cebolla, que posee poderosos efectos insecticidas. Igualmente, se recurre a las plantas aromáticas, que atraen a las avispas, las cuales atacan a las arañas rojas.
«Lo bueno tarda un poco más»
El trabajador Vicente Jiménez subraya que la paciencia es un principio fundamental, pues al no emplear abonos artificiales, los vegetales crecen a su ritmo. No obstante, recalca que al final se nota bastante la diferencia, ya que cuando se adquiere un tomate en el supermercado y se prueba no tiene casi sabor, porque las empresas agregan diversas sustancias que aceleran el desarrollo del fruto, lo que hace que pierda todas sus propiedades. En cambio, aquí solo se emplea agua. Así, el proceso de maduración es mucho más largo, pero al final el alimento es más sabroso. “Lo bueno siempre tarda un poco más”, señala el agricultor.
Asimismo, los productores demuestran un enorme espíritu de colaboración y compañerismo, ya que aprenden los unos de los otros. La ayuda mutua entre los recolectores es primordial para laborar. Por lo tanto, adquieren competencias de cooperación, que favorecen en gran medida al crecimiento interior y personal de los participantes, quienes tienen por lema “todos para uno y uno para todos”.
Los huertos comunitarios requieren una dedicación continua, conforme determina la beneficiaria doña María Méndez, quien labra en estas tierras desde hace cuatro años, cuando comenzó el proyecto. “Atender todo esto precisa de un considerable esfuerzo, pero a mí me da la vida, porque es lo que me apasiona y me permite olvidar todos los problemas”, expone la cultivadora. Además, la veterana confiesa que gracias a este plan puede autoabastecerse, así como obtener los alimentos necesarios de la cesta de la compra, de manera gratuita. Esto le supone un respiro económico, ya que así puede reducir gastos. De este modo, se pretende resucitar la subsistencia del ser humano a partir de la actividad rural, tal y como se hacía en la antigüedad, para reavivar un modelo de supervivencia en peligro de extinción.