Si no dieran dos horas para reunirnos con nuestros amistades, probablemente se nos quedarían cortas y querríamos más. Sin embargo, si esas dos horas fueran para asistir a una clase, pensaríamos que es demasiado. Esto se debe a que nuestra percepción temporal es variable. A pesar de que es el mismo tiempo, no solo se aprecia diferente sino también cambia en las distintas situaciones. Hay una gran cantidad de elementos que influyen en su percepción, desde las emociones hasta la edad.
Hay una expresión muy conocida que dice que «El tiempo pasa rápido cuando disfrutamos, pero lento cuando nos aburrimos». Desde un punto de vista científico, puede deberse a la influencia de la dopamina que aumenta si nos sentimos bien y, a su vez, acelera la sensación temporal. Pero existen otras reflexiones que se alejan del comportamiento neuronal. Francés Núñez, experto en Sociología de las Emociones, define el tiempo como «aquello que sucede entre antes y después de un cambio». Por lo tanto explica que si se llevan a cabo muchas acciones, el tiempo pasará más rápido.
Al disfrutar no estamos pendientes del reloj, no nos paramos a pensar cuánto rato ha pasado, cosa que sí ocurre cuando nos aburrimos o estamos esperando. En las situaciones pesadas estaremos atentos a la hora constantemente porque queremos ver cuánto queda para acabar. De esta forma tendremos una sensación constante de lo lento que pasa el tiempo. Sin embargo, esto no ocurre en los momentos dinámicos. Al disfrutar no sentimos el paso del tiempo, ni lento ni rápido. Simplemente estamos tan concentrados en lo que hacemos que perdemos la percepción y al acabar, cuando somos conscientes de que ese tiempo ha pasado, sentimos que se ha ido en un soplo.
«Lo que antes era indiferente, ahora se vuelve valioso»
Por lo tanto, debemos diferenciar entre la sensación de lentitud constante y la de rapidez que se percibe más tarde. Esto nos muestra una clara evidencia, que la percepción del tiempo varía dependiendo de lo atentos que estemos a él. Algo similar ocurre con la edad. En la infancia parece que todo es más largo. Los días dan para mucho, los fines de semana parecen eternos y los veranos, infinitos. Pero a medida que crecemos empezamos a sentir que cada vez pasa más rápido y que lo que parece que hiciste ayer en realidad sucedió el mes pasado.
Siguiendo el pensamiento del doctor Núñez, podríamos achacarlo al mayor volumen de acciones de las personas adultas, habitualmente más ocupadas. Por ello el tiempo parece irse volando entre una acción y otra. Sin embargo, pienso que esta no es la única causa. Volviendo a la idea de antes, podríamos pensar que durante la niñez no se tiene la capacidad de contabilizar las horas, por lo tanto no puede tener la sensación de que estas pasen rápido o lento.
Al no prestarle atención, el tiempo sigue su curso sin causar ninguna sensación. Sin embargo, con los años cada vez le damos más importancia. Y perderlo empieza a preocuparnos. Y así, lo que antes era indiferente, ahora se vuelve valioso. Es por ello que se va más rápido, porque estamos tan preocupados por él que no nos paramos a disfrutarlo. Esto también ocurre mientras dormimos, una vez entramos en el sueño perdemos la capacidad de contabilizar segundos. Es por ello que en ocasiones despertamos pensando que ha pasado toda la noche y solo llevamos unas horas durmiendo.
Está claro que a todo esto hay que añadirle la influencia de nuestra actividad cerebral. Pero evitando áreas técnicas, creo que podríamos plantearnos lo siguiente: ¿queremos que nuestro tiempo valga más o menos que ayer?