Syni es un joven de origen mauritano que reside en el Campamento para migrantes de Las Raíces, situado en La Laguna. Llegó a Tenerife hace cuatro meses tras pasar cuatro días en una patera para viajar a Europa. Viene de uno los países más pobres del mundo, donde todavía existe la esclavitud de personas negras, pese a declararse ilegal en 2007. La población de Mauritania pertenece a etnias muy diversas, que se engloban en la árabe blanca, la haratin y la negra no arabizada. El país se sitúa al noroeste del continente africano y fue colonia francesa hasta 1960, año en que se le concedió la independencia oficial.
¿Cómo es la vida en el Campamento? «Muy difícil, muy dura. Compartimos entre más de treinta migrantes unas tiendas que no aíslan del frío, y por las noches no podemos dormir. Tenemos mucho cansancio acumulado. Cuando llueve, todo se inunda. A veces, la comida se acaba antes de servir a todo el mundo, y esperamos en colas muy largas. Hay pocas duchas, que además no tienen agua caliente, y tampoco tenemos wifi. Algunas personas vamos sin zapatos porque no hay suficientes, solo tenemos cholas».
¿Es difícil convivir con tanta gente de distintas nacionalidades? «Cada país tiene su realidad, educación y comportamiento. Hay gente correcta, generosa, loable y educada que sabe vivir en comunidad; pero también la hay incorrecta, como en todos sitios. Compartimos espacios pequeños, y es difícil, pero lo gestionamos. Si eres una persona educada y te topas con alguien que no, hay que llevarlo con calma e inteligencia. Y quizás, con el tiempo, tener una buena relación. Lo más importante es que nuestro combate es el mismo. Puede haber diferencias, pero así es la vida. Al final, somos iguales. Venimos del mismo continente y buscamos una vida mejor».
¿Les están informando bien de todo lo que sucede? «La comunicación no es buena, no entendemos nada y nos esconden la verdad todo el tiempo. También, como hay pocas personas que saben francés, y menos wólof, no puedo hablar con casi nadie de Tenerife. Llevo cuatro meses en la Isla pero no sé qué va a pasar o cuánto tiempo más tengo que quedarme. A veces dicen que nos han traído al Campamento por la Covid-19, y lo entendemos, pero hace falta más comunicación. Hay que informar de lo que pasa».
«Yo quería estudiar y obtener mi diploma. Quizás en el futuro continuaré mis estudios donde los dejé hasta la universidad»
¿Cómo era la vida en Mauritania? «Yo vivía en los suburbios, cerca de la capital, donde la mayor parte de la gente es negra. En esa zona no hay mucha electricidad ni agua, pero en las calles de la gente blanca hay de todo. Soy de una familia sin muchos medios, así que llegado el momento dejé los estudios para ayudar a mi familia a subsistir. Mi casa estaba muy lejos del colegio, y tampoco tenía transporte. A veces salía de casa a las cinco de la mañana, pero al llegar me encontraba con el centro cerrado. De todas formas, era muy difícil estudiar porque sabía que mis padres no tenían dinero. Con eso en la cabeza, sabiendo que no tenían para comer, no podía concentrarme. No tenía la conciencia tranquila ni siquiera para dormir. Pero yo quería estudiar y obtener mi diploma. Quizás en el futuro continuaré mis estudios donde los dejé hasta la universidad».
¿Ha notado diferencias entre el racismo de Mauritania y Tenerife? «El racismo de Mauritania es más duro, con diferencia. Allí hay esclavitud. En mi país, por tener la piel oscura, ni tenemos derechos ni podemos reclamarlos. Si lo hacemos, vamos a prisión. A veces, incluso, nos amenazan de muerte. Vas andando, te atrapan, te pegan y te encierran. Como mucho, se puede aspirar a un trabajo miserable. Quienes tienen la piel más blanca están a la cabeza del Estado mauritano, y el Estado es más fuerte que la ciudadanía. Cuanto más clara es tu piel, más privilegios tienes. Tal vez, si nos movilizáramos, seríamos más fuertes que el Estado, pero hay miedo».
¿Ha cambiado su imagen de Europa antes y después de llegar? «Antes de irme, tenía una imagen muy buena. Creía que era el equivalente a la libertad y la igualdad, sin racismo. Es verdad que la situación es mejor, pero a veces te encuentras con gente que busca conflicto. Quizás con el tiempo las cosas cambien, pero ahora, aquí donde nos han metido, la vida es dura. Nunca imaginé que al llegar me quedaría en un sitio como este. Sin embargo, todavía tengo una buena impresión de Europa porque sé que no es igual que África».
«Si las cosas se gestionan bien, no se necesita el voluntariado»
¿Cómo perciben al voluntariado canario que les trae comida y abrigo? «Es un gesto muy noble, que nos llega al fondo del corazón, que vengan a acompañarnos y ayudarnos. Lo manifestamos, estamos muy felices de la bondad de quienes vienen gratuitamente para darnos comida y apoyo en nuestro combate. Pero es verdad que esto se debe a una mala gestión. Si las cosas se gestionan bien, no se necesita el voluntariado».
¿Qué recuerda de la travesía? «Estuvimos cuatro días en el mar. El quinto día, antes de llegar a tierra, tuvimos muchos problemas porque no quedaba combustible, pero vimos las Islas. Más tarde, la Cruz Roja nos sacó de allí. Durante el viaje había muchas personas que estaban enfermas. A mí me dolía mucho un pie desde que bajé de la patera. Por el momento me apaño, pero todavía me sube el dolor hasta la pierna cuando camino un rato. Vino un médico al que le enseñé el pie y me dio unas pastillas, pero no me han llevado al hospital».
¿Cuáles son sus planes para después de salir del Campamento? «Quiero ir con mi hermano, que vive en España desde 2006, y luego ya veré. Estudiar, trabajar, lo que surja en la vida. Al igual que yo, muchas de las personas que están aquí tienen familia en Europa. Si nos dejan viajar, no acabaremos en la calle. Venimos porque en África hay mucha riqueza, pero los países europeos se llevan todos los recursos. Nuestros ancestros han combatido para ayudar a muchos de ellos, así que Europa también es nuestra casa. Tenemos el derecho de vivir aquí. Lo que pedimos es que nos dejen entrar, trabajar y estudiar. Queremos vivir mejor, tranquilamente y en paz».