El pequeño municipio en el norte de la isla de Tenerife posiblemente reúna una cantidad importante de elementos culturales e históricos en muchos de sus rincones. Su casco antiguo lo recorre una arquitectura que se inicia en el siglo XVII, como por ejemplo la Casa de la Real Aduana, próxima al muelle pesquero. Su adoquín azabache, el entresijo de su callejero, los bancos verdes fijados por el tiempo, el encanto natural de las plazas,… El Puerto de la Cruz es un lugar para abandonar por unas horas la rutina, de alejarse de muros y paredes de habitación. Un pueblo donde, con un libro y un paseo bajo el brazo, se erige el plan perfecto para leer a la luz de todo día.
Todo lector habitual sabe que leer o seguir una lectura no es ir saltando líneas como si estas fueran murallas de letras. El entorno y la actitud con la que enfrentar un texto tiene la habilidad de cambiar una historia, de alimentar el amor u odio hacia un personaje, de apagar todas las luces e incluso, luchar y tratar con el silencio. Un escenario siempre es importante desde todos los ángulos y perspectivas que existen por ello, se recomiendan los siguientes lugares para sumergirse en cantidad de párrafos que desee, en los versos que elija, en un banco o sobre un muro que peina el mar de las cinco de la tarde. Usted, simplemente, elija el momento, la compañía y, por supuesto, el libro.
Plaza del Charco
El corazón de la ciudad portuense se columpia entre los toboganes para los niños y los grandes árboles que intentan cubrir el cielo. El ruido y las huellas de los visitantes se entremezclan a toda hora, por lo que no es un lugar para leer un texto de forma profunda y, digamos, calmada. En esta ocasión el lector de a pie tiene la opción de poder leer entre su libro y la Plaza, y comprender su historia e importancia mientras el vuelo de las palomas se tuerce y se imagina el charco que creaba el mar cuando se adentraba en el pasado como un caminante más.
Plaza Dr. Víctor Pérez
En honor al Doctor Víctor Pérez, un promotor importante para el turismo en el Puerto, esta plaza roza continuamente con la antigüedad (1904) a la sombra del Hotel Los Príncipes, cerrado a día de hoy. Este lugar agradable y acogedor se halla en unas horas constantes de silencio, que ni si quiera rompe la algarabía natural de la Calle San Juan. Rodeada también por la Ermita de San Juan y por la Iglesia de San Francisco, este espacio reúne todos ingredientes para perderse en una lectura en mitad de un enclave histórico y tranquilo.
La batería de Santa Bárbara
Plaza de la Iglesia
La Plaza de la Iglesia es por antonomasia el sitio idóneo para emprender una aventura de palabras, rodeado de pequeños y cuidados jardines alrededor de una fuente. El leve goteo de agua y la escaramuza de los pájaros volando entre las altas palmeras y árboles, dibujan un techo perfecto para la imaginación. Los bancos verdes crean cierto aire de antaño y en frente, se erige una iglesia de piedra negra, lúgubre hasta su campanario. Con ello, junto a la escultura de Agustín de Betancourt y Molina (1758-1824), uno de los personajes más importantes en la historia de la ciudad, se crea un cuadrilátero capaz de acoger y atrapar a cualquier viajero o lector: la portada que todo libro y escritor desearía.
Casa de Miranda
El XVIII vio colocar, posiblemente, la última teja o ventana de esta majestuosa casa que habitó la Familia Miranda, de los cuales, Francisco de Miranda «fue considerado el Precursor de la Emancipación Americana contra el Imperio Español». Este Bien de Interés Cultural lo ocupa una cafetería que restauró el inmueble hace unos años. Los clientes o visitantes de la misma pueden remover su café o té bajo techos y sobre columnas que forman parte de la historia de las Islas y del Puerto de la Cruz, al igual que sus balcones estrechos. Junto con al somnoliento pero agradable olor a madera, un libro se degusta entre paredes inmejorables con una luz que al atravesar la vivienda de tres plantas, cobra la de aquel siglo de oro y mercadería de la ciudad portuense.
Batería de San Telmo
Junto a la Batería de Santa Bárbara, la de San Telmo se convirtió en otro de los ojos vigilantes y defensores de la ciudad. Con el horizonte atlántico como marca páginas y el calor de la ermita junto a un meticuloso suelo de callaos que conforma una pequeña plaza, el lector puede naufragar sobre los antiguos muros junto a los baluartes blancos. A su derecha encontramos el Lago Martiánez, proyectado por el artista canario César Manrique, desde donde se pueden apreciar sus originales móviles que juegan con el viento, los árboles plantados a la inversa o bien, las diversas piscinas del recinto.