En un mundo en constante evolución nos enfrentamos a desafíos cada vez más complejos y el aumento de las tasas de suicidio emerge como una sombría realidad. Desde los campos de batalla hasta las aulas de clase, desde los rincones más oscuros de internet hasta las calles bulliciosas de nuestras ciudades, el dolor y la desesperación atraviesan todas las capas de la sociedad, dejando a su paso un rastro de vidas perdidas y familias destrozadas.
A medida que la sociedad avanza y se adapta a nuevos paradigmas, las presiones y las luchas emocionales de cada individuo a menudo se transforman. Los diferentes contextos bélicos de la actualidad, la pandemia global de COVID-19, la creciente dependencia de las redes sociales y los cambios drásticos en la dinámica laboral son solo algunos ejemplos de cómo nuestra realidad contemporánea está dando forma a la crisis de salud mental.
«No es un problema individual, sino un reflejo de las grietas sociales y emocionales»
Tal vez, internet sea, en parte, una causa del suicidio, pero desde la época romana la gente ya se quitaba la vida. La exclusión social, el acoso, la discriminación y la pérdida de poder económico son solo algunas de las fuerzas invisibles que empujan a las personas al borde del abismo emocional. De hecho, cuando el individuo no está integrado en el contexto social en el que se rodea, es cuando comienzan los problemas.
En la antigua Roma la gente se suicidaba para evitar la ejecución pública y conservar su dignidad por tener un pensamiento diferente al resto de personas. En la Edad Media, también se suicidaban para huir del sufrimiento psíquico insoportable o por sentirse injustamente tratado. Incluso, durante esas épocas, las religiones causaban el suicidio por el hecho de haber pecado o por la fantasía de querer reunirse con un ser querido fallecido.
Hoy en día, las causas para quitarse la vida no suelen ser muy diferentes. Podemos ver semana a semana cientos de casos de estudiantes que sufren abusos en los colegios por su orientación sexual o por sus diferencias culturales. Es decir, escolares que viven el acoso del resto de estudiantes por no pertenecer al mismo contexto social, y recurren al suicidio.
Incluso, personas que tras vivir mes a mes dejan de tener cierto poder económico para mantenerse y, del mismo modo, tienden al suicidio. A su vez, los problemas de salud ocasionados por las expectativas de futuro inculcadas según el contexto social en el que nos criamos, también hace que la gente recurra al suicidio.
En definitiva, la estructura social que nos rodea, y con ella, las diferentes clases sociales que la forman, marcan la línea entre los que viven y los que no quieren seguir viviendo, siendo el abuso, la discriminación y la exclusión social las armas que se utilizan en esta sociedad para atacar a las diferencias, y a su vez, causar el suicidio.