Santiago Palenzuela arroja sobre el lienzo sus obsesiones, sus veleidades y sus pulsiones más irracionales. Así, lo que acoge el Tenerife Espacio de las Artes (TEA) en la muestra Odio sobre lienzo no es otra cosa que algo más de una década de visceralidad pura. Pese al amplio espectro de piezas, a caballo entre la pintura y la escultura, el artista tinerfeño se apoya en un puñado de temas que hacen las veces de trampolín hacia el interior de las inquisiciones básicas que todos compartimos.
Sin embargo, hacer reflexionar a su público no es más que una hazaña lateral que conculca su verdadera motivación: hacer arte para el deleite visual, que en tiempos de la pseudointelectualidad entraña verdades mayores que la que esconden la mayoría de artistas que solo producen por reafirmar su ingenio. No obstante, alejándose de su leitmotiv inicial, Palenzuela marca un camino de exploración cercado únicamente por los interrogantes. Hasta el 5 de mayo, esta ruta animal podrá ser visitada en el espacio cultural de la capital tinerfeña.
Animales, retratos, fuego e interiores. En cuatro pilares se resume la discusión bizantina de un Palenzuela que se sincera consigo mismo, que convierte los axiomas en dudas y que se reencuentra con los mismos temas aparentemente arbitrarios que solo toman sentido desde la perspectiva del espectador guiado. De martes a domingo, de 10.00 a 20.00 horas, la exposición de Palenzuela permanecerá abierta al público, que podrá conocer de primera mano el modelo de trabajo del pintor tinerfeño que, en cierto modo, es tan bien un orfebere.
Así pues, las capas de óleo que se acumulan en las figuras de sus cangrejos, sus pajarillos, sus rostros de fuego o sus escalones se proyectan más allá del lienzo, adquieren una tridimensionalidad capaz de comunicarse cara a cara con su público. En cuanto a los formatos, prima la variedad estética que abarca desde cuadros en minuatura hasta grandes creaciones que ocupan el largo y ancho de las paredes. Odio sobre lienzo es la creación misma, el proceso de destrucción por el que pasa la materia hasta llegar a convertirse en obra y que demuestra que el arte es tan primitiva con inherente al ser humano.