La musicoterapia, el primer método curativo de la historia

Música

Tras la expedición en busca del Vellocino de Oro, el dios de la música Orfeo volvió a Tracia, Grecia. Allí conoció a la ninfa Eurídice, de quien se enamoró y se casó. Durante la ceremonia, mientras la ninfa trataba de escapar del rapto de Aristeo, el hijo de Apolo, una serpiente le mordió el talón y le provocó la muerte. Orfeo, desolado por la pérdida de su amada, bajó a los infiernos para implorar el retorno de su esposa. Sus melodías y cánticos, acompañados de la lira, conmovieron a Hades y Perséfone, quienes cedieron a las peticiones del músico. La única condición era que, durante el trayecto al mundo de los mortales, no podía mirar a Eurídice, que caminaba tras él. El cantante no pudo contener las ansias y, casi llegando al final, se giró para ver a la ninfa, quien se convirtió en polvo ante sus ojos.

Al realizar un recorrido desde las culturas semitas e indoeuropeas, pasando por la hindú, la egipcia y la griega, hasta la aparición de los romanos y la religión cristiana, encontramos un punto en común: todas se han nutrido de los sonidos místicos y las leyendas que revelan la importancia de la música en las primeras expresiones de comunicación y en múltiples ámbitos como la magia, la religión, la filosofía y la ciencia para dar sentido a nuestra existencia y lo que nos rodea.

Una de las manifestaciones más claras son las pinturas rupestres o los mitos, como este de Orfeo y Eurídice, que proliferaron en los períodos posteriores hasta la actualidad, sufriendo algunos cambios por el afán de establecer un enfoque racionalista y científico a raíz de la teoría musical.

Desde las etapas más primitivas, “las canciones se asocian a diversos ritos para los momentos más importantes de la vida”


Desde las etapas más primitivas, “las canciones se asocian a diversos ritos para los momentos más importantes de la vida: la caza, los ritos funerarios, los nacimientos, las cosechas, las celebraciones nupciales, para la curación…”, explica José Ignacio Palacios Sanz, doctor en Historia del arte, licenciado en Geografía e Historia y docente de Órgano, Musicología, Música sacra y Pedagogía musical, en su artículo El concepto de la musicoterapia a través de la historia, publicado en 2004. Asimismo, según Palacios: “El repertorio de tradición oral nos ofrece la posibilidad de encontrarnos con una veintena de enfermedades y un número elevado de ejemplos de canciones de medicina preventiva y curativa”.

El historiador y musicólogo expone como ejemplo el tarantismo del siglo XVIII, que se dio en Italia, Francia y España: una enfermedad contagiada por la mordedura de la araña taranta que provoca efectos similares a la epilepsia. “La obra más importante sobre este tema es la de Francisco Xavier Cid, el Tarantismo observado en España de 1787, que recoge 35 historias”, apunta José Ignacio. Tal y como explica en el artículo, “en todos los casos los cuadros clínicos fueron los mismos y se combinaron los tratamientos convencionales de sangrías y aplicación de productos naturales con música de diferentes tarantelas (unas danzas purificadoras) tocadas con guitarra. La reacción provocaba en el enfermo efectos secundarios: movimientos acompasados con la música, vómitos, sudor y frío”.

“En Estados Unidos, antes de la I Guerra Mundial, se conocen casos aislados del empleo de la música en hospitales. Con la aparición del fonógrafo se amplió su uso para eliminar las tensiones antes de entrar el paciente en el quirófano, siendo Eva Vescelius la pionera en la primera década del siglo. Entre otros nombre relevantes, también cabe citar a Isa Maud Islen, que utilizó estas terapias con soldados afectados con neurosis”, añade el profesor.

La primera obra sobre musicoterapia


Pero la primera obra que habla de la música como método curativo en España, según Palacios Sanz, data de 1744 y fue escrita por el monje cisterciense Antonio José Rodríguez, a la que denominó como Palestra crítico-médica. A raíz de ahí, médicos como Rafael Rodríguez Méndez o Francisco Vidal y Careta preconizaron su uso como tratamiento terapéutico, sobre todo a mitad del siglo XIX.

Así se comenzó a consolidar lo que hoy conocemos como la musicoterapia, un tratamiento definido por la Asociación Americana de Musicoterapia de Estados Unidos (American Music Therapy Association) como “el uso clínico basado en la evidencia de intervenciones musicales para lograr objetivos individualizados dentro de una relación terapéutica”. En España existen, a día de hoy, alrededor de una veintena de entidades de esta disciplina, una o dos por cada comunidad autónoma, recogidas por la Federación Española de Asociaciones de Musicoterapia (FEAMT). En el Archipiélago se registran dos principales: ASCATEC (Asociación Canaria de Terapias Creativas) en Tenerife y AEMUCAN (Asociación para la Evolución de la Musicoterapia en Canarias) en Gran Canaria.

ASCATEC es una ONG que se fundó en 2008 por Francisco Rodríguez Pulido, psiquiatra y catedrático de la Universidad de La Laguna, con el fin de favorecer la recuperación y la visibilización de personas con trastorno mental grave (TMG) en Canarias a través del arteterapia y el dramaterapia. Dos áreas de la que subyacen diversas ramas como el teatroterapia, la danza terapia, la biblioterapia o la musicoterapia.

Gracias a la subvención del Instituto Insular de Atención Social y Sociosanitaria (IASS), los pacientes, derivados desde la red Sanitaria Pública por medio del Equipo Asertivo Comunitario (ECA), Unidades de Salud Mental Comunitaria (USMC) y Centros de Rehabilitación Psicosocial (CRPS), pueden disfrutar de estas actividades terapéuticas con carácter gratuito.

Para Loly Hernández Alonso, pianista licenciada en el Conservatorio Profesional de Música de Santa Cruz de Tenerife, estudiante de psicología por la UNED y musicoterapeuta de la asociación ASCATEC desde hace tres años, “es una disciplina en el que se aprovechan todos los componentes de la música que conocemos como el ritmo, la armonía o la prosodia con el fin de que a cada uno le sirva de algo en la vida”.

La metodología de Loly Hernández: el modelo ISO de Benenzon y el respeto


En sus sesiones, la terapéuta trabaja con grupos reducidos de personas con este tipo de deterioro cognitivo bajo la metodología del modelo ISO de Benenzon, entre otras, basado en la interacción entre alumno y profesor y la participación activa del paciente. “Respeto mucho el estado emocional de cada uno, las ganas de expresar lo que quieran, el instrumento que quieran tocar ese día”, comenta Hernández. Su máxima, ante todo, es el respeto a la ilusión y al recurso que el alumno trae a clase.

La primera impresión que tienen los tratados es “la de sentirse acogido, considerado y que es importante su opinión y lo que siente… En definitiva, la de sentirse humanos entre humanos”, explica Hernández Alonso. Asimismo, en general, el punto en común entre todas las diferentes disciplinas es acompañar y ayudar en el desarrollo o restauración de las funciones físicas, cognitivas, emocionales y sociales del individuo. Los usuarios acuden a las clases dos veces en semana, durante una hora y media, y “vienen porque quieren y me gusta que sea así”, recalca la musicoterapeuta.

Pero la músico y futura psicóloga recuerda que “quienes realmente llevan el gran peso de la terapia son sus psiquiatras, psicólogos y médicos, pues la musicoterapia es un simple acompañamiento. En ningún caso sustituye a su tratamiento o medicación”. Los beneficios de este complemento, que visualiza la terapeuta a grosso modo, es que “físicamente les ayuda a salir de la zona de confort del paciente haciendo que se incluyan en la sociedad” y “emocionalmente, pueden expresar libremente en la clase lo que quizás en casa o con sus familiares no se atrevan”. Hernández hace hincapié en que es una actividad placentera que les da un motivo para levantarse cada mañana.

“La recompensa no es solo económica, sino también de aprendizaje, pues lo humano que los alumnos me dan no tiene precio”


“Yo aprendo muchísimo de ellos. La recompensa no solo es económica, sino también de aprendizaje, pues lo humano que los alumnos me dan no tiene precio”, confiesa Loly Hernández. La experiencia más emotiva que ha tenido la profesora fue con “un usuario que le costaba mucho salir de la residencia en la que vivía y que, con su ingreso en esta actividad, se obligaba a superar la ansiedad de coger un transporte público para llegar hasta el centro o hablar con otras personas… Que con el tiempo, gracias a esto, consiguiera ampliar su vocabulario y ser capaz de expresar algo más que monosílabos o de mirarme a los ojos, creo que ha sido la joya de la corona de mi trabajo”, cuenta con una sonrisa.

Además del libro científico publicado por ASCATEC en 2018, titulado Salud mental y bienestar: más allá del arte, la asociación realiza numerosas conferencias en la Universidad de La Laguna con el fin de informar y visibilizar todo tipo de discapacidad, sobre todo la cognitiva. “Creo que ASCATEC hace un trabajo impresionante buscando que el resto de ciudadanos aprendan a incluir a este tipo de personas y a no temer a estar con ellos. Me parece fundamental que los usuarios estén entre el resto de la sociedad y estos con ellos, participando o colaborando en actividades”. Asimismo, recuerda que es un trabajo conjunto y que no todo el mundo tiene educación.

Por ejemplo, tal y como explica Loly Hernández, el primer año que comenzaron las sesiones de musicoterapia, realizaron una clase en un aula del Conservatorio Profesional de Santa Cruz de Tenerife en el que participaron tanto pacientes de la asociación como los propios alumnos del centro.

Dentro del ámbito de la educación, Hernández Alonso cree que se debería implantar la musicoterapia en la enseñanza convencional “como forma preventiva para buscar recursos con el fin de controlar y expresar emociones o encontrar en el arte formas de crecimiento y progreso”. Confirma que sería una gran vía que se debería fomentar desde ya en los colegios. “La música es un lenguaje y el lenguaje es música que no necesita de la palabra dicha, pero sí el lenguaje emocional para poder expresar y comprender de lo que siente una persona sin necesidad de que nos lo diga”, concluye.

Canarias: la comunidad con menos posibilidades de formación en musicoterapia


Desde 1950, según explica José Ignacio Palacios Sanz, la musicoterapia tiene un gran rango científico y se imparte como disciplina académica en innumerables Universidades por todo el mundo, sobre todo en América y Europa. Sin embargo, en España sigue en desarrollo y, dentro de esa línea de aprendizaje, Canarias es la comunidad con menos posibilidades de formación.

Loly Hernández estudió piano en el Conservatorio Profesional de Música de Santa Cruz y se licenció en Madrid. Hoy en día cursa psicología por la UNED y cursos a distancia de musicoterapia. La terapeuta recalca que hay másteres muy buenos y presenciales, pero que no están en el Archipiélago.  Asimismo, considera que un musicoteraputa “además de la licenciatura en psicología y psiquiatría o el máster en musicoterapia, es importante que tenga conocimientos en música” así como “una actitud correcta de escucha, acompañamiento y comprensión para este tipo de personas con un trastorno mental severo”, comenta Hernández Alonso.

No obstante, las Islas cuentan con numerosos planes y acciones que involucran el uso de la musicoterapia en los hospitales como el Universitario Nuestra Señora de Candelaria de Tenerife o el  Insular de Gran Canaria. Asimismo, se sigue investigando y publicando artículos científicos que avalan esta terapia como método contra el alzheimer  o el párkinson, como los del excatedrático de Fisiología y Biología de la ULL, Julián González González.

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