Hoy, 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, el cual se celebró por primera vez en el año 1981. En 1999 la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció esta jornada de reivindicación. Veintiún años después las agresiones machistas siguen su transcurso. Este es el caso de Lía Mesa. A los 16 años comenzó una relación y todo, al principio, parecía normal. Estaba enamorada y quizás fue eso lo que provocó que no se diese cuenta de comportamientos de su pareja que no eran sanos.
El tiempo pasaba y, de forma sutil, las actitudes de su pareja fueron a peor. Lía Mesa se alejó poco a poco de sus amistades y familia para evadir conflictos con su novio. Un día el maltrato psicológico dejó de ser tan perspicaz, se volvió bastante grosero y seco: «Eres una cualquiera», «te vas a ligar con tus amigas», «no sirves para nada, ni siquiera me cocinas bien»… El abuso incrementaba y su autoestima bajaba.
«Las consecuencias psicológicas que te provoca un golpe son más duras de superar que las físicas»
Lía Mesa sabía que algo no iba bien, pero no hizo nada. «Dejé de ser yo para ser la sombra de otra persona», reconoce. Cada vez se encontraba más pequeña a su lado, más anulada y, por supuesto, más controlada. La afectada explica que una relación de ese tipo no empieza directamente a golpes. «Las mujeres no somos estúpidas», comenta. La joven argumenta que todo empezó de una manera muy dulce y, al final, se dio cuenta que donde ella pensaba que esta segura, realmente no lo estaba.
El maltrato subió un escalón y llegó el primer puñetazo. La víctima admite que le dolían más las palabras que acompañaban el puño que el golpe en sí. «Las consecuencias psicológicas que te provoca un golpe son más duras de superar que las físicas», aclara. A pesar de eso, se fue a vivir con su pareja, pensando que la situación mejoraría.
La joven cuenta que cuando paseaba por la calle las personas se percataban de que algo ocurría. «Mi cara pedía ayuda y no me daba cuenta», comenta. Por miedo a tener que acabar con esa relación que la mataba poco a poco, pero a la misma vez, la enganchaba tanto, nunca confió en alguien lo que estaba viviendo. Afortunadamente, los padres sabían que algo no iba bien y decidieron llamar al 016. «Mis padres me salvaron la vida», alude emocionada.
Al ser una menor en ese momento, la instrucción que recibieron fue acudir a la Fiscalía de Menores. La madre denunció la fuga de su hija y comenzaron a buscarla para que volviera a su casa. Para la familia fue una situación muy difícil, pero aún así los padres decidieron arriesgarse sabiendo que podía salir bien o todo lo contrario.
A partir de ahí ingresó en Opción3, una asociación de la Fiscalía que cuenta con diferentes programas. Lía Mesa empezó su tratamiento en un proyecto denominado Rumbo, donde trataban los diversos conflictos familiares. Ella no quería saber nada de sus padres, ni siquiera reconocía que estaba siendo víctima de violencia de género. «No era consciente de que me estaba haciendo cada vez más pequeña y moldeable a las preferencias de mi agresor», reconoce. La adolescente comenzó su tratamiento con un pisco-pedagogo, aunque aún así continuó con su pareja.
En una de las sesiones, el especialista la llevó a hacer equitación, algo que previamente sabía que le gustaba a la joven. Ese día no fue capaz de montarse en el caballo, el miedo se apoderó de ella. «La relación me había consumido tanto que tenía pánico de hacer las cosas que antes amaba», explica. En ese momento se dio cuenta de lo mal que estaba. Entonces, puso punto y final a su relación.
«Me sentía culpable de mirar por mí»
El camino de la víctima para recuperarse fue bastante duro. Al regresar a su casa, la culpabilidad inundaba su mente. Ella había ido a tomarse el cortado con sus amigas, aun sabiendo que a su pareja le iba a molestar. Había decidido creer lo que los demás decían, no a su novio. «Me sentía culpable de mirar por mí», señala. Pasaron muchas sesiones de terapia hasta que empezó a darse cuenta de que no estaba en lo cierto. La adolescente había normalizado la violencia.
Por fin estaba viendo la luz. La joven había entendido por lo que había pasado y estaba en proceso de asumirlo, cuando su pareja decidió complicarle más su camino. La víctima estuvo recibiendo mensajes amenazantes durante ocho meses, semana tras semana: «Te voy a matar», «te voy a esperar por fuera de tu casa», «me voy a apuntar en el instituto en el que estás para joderte la vida», «te voy a partir las piernas», «no voy a parar hasta que estés muerta»… Con el apoyo de sus padres acabó con esa situación. «Decidí denunciarlo, no para hacer justicia, sino para poder respirar», explica.
Lía Mesa dejó de recibir mensajes y empezó a pasar página. En su caso, el deporte fue un factor importante para su recuperación, practicaba boxeo y kickboxing. La adolescente cambió su alimentación y pasó de pesar 40 kilos a 55. Volvía a quererse. Otro reto para ella fue recuperar su vida anterior. La afectada cuenta que cuando sales de una relación así, no te quedan muchas amistades, incluso, ella pensaba que después de lo mal que se había portado con su familia, no la apoyarían. «Me sentí muy sola», reconoce. Lo cierto es que su madre, su padre y su hermano la ayudaron muchísimo. Poco a poco volvió a conocerse y a aceptar sus pensamientos y emociones.
Lía Mesa, a día de hoy, ha superado el mal trago, aunque reconoce que hay cosas con las que tiene que vivir. «Nunca podré superar el daño que les hice a mis padres, eso no hay terapia que lo cure», reconoce afectada. Su familia no lo ve de esa manera, sabían que lo estaba pasando mal y decidieron dar cuerda, pero nunca soltarla. La joven ya es capaz de percibir cualquier comportamiento irracional en una relación. «Como se suele decir, me puse las gafas violetas», alude.
Empezar desde cero
En la actualidad existe un debate social sobre la violencia de género. Se argumenta que el abuso se produce de hombre a mujer y viceversa. La joven tiene bastante claro que la violencia se ejerce de hombres a mujeres, ya que hay una gran desigualdad de poder. Al respecto, la psicóloga clínica Isabel Vega, especialista en violencia de género, hace alusión a unas estadísticas proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadísticas en las cuales se demuestra que en 2019 menos de cinco mil hombres fueron víctimas de violencia de género y doméstica. Al tiempo, más de treinta y cinco mil mujeres se vieron afectadas por esta causa en ese mismo año.
La profesional trata a pacientes de todas las edades y destaca que cuando una persona no tiene una personalidad formada, lo que suele ocurrir en la pubertad, es mucho más fácil para el maltratador moldear el comportamiento y pensamiento de la víctima.
La psicóloga subraya que tratar con chicas adolescentes víctimas de violencia de género es un proceso complicado pues hay que empezar desde cero. Así, dice que lo primero que tienen que hacer es reconocer lo que han vivido, porque en muchas ocasiones ni siquiera son conscientes, y lo segundo, es recordarles quienes son. La especialista explica que el objetivo de la terapia es que borren todas las conductas que habían normalizado e intenten formar su personalidad de nuevo.