Manuel Vicent, la mirada de un escritor entre el cosmos y el caos

Artes y Humanidades

Dos amigos caminan con tranquilidad, cómodos, bajo el cielo azul de abril. Manuel Vicent y Juan Cruz dan los buenos días, entran en la Pirámide de Guajara y circulan por el edificio picudo que alberga el Grado de Periodismo de la Universidad de La Laguna. Minutos después, Vicent (Castellón, 1936) se sienta junto a esta redactora y recuerda el aroma a salitre del Mediterráneo. Aquellas vivencias impregnan las horas de lecturas que iban desde Salgari a Julio Verne, llenas de tebeos, que inocularon esa afición que “cuando te envenena, te engancha y ya no la puedes dejar». A ellos, dice, les debe la imaginación, mientras que a “quien le debo el sonido de las palabras es a Azorín; y la sensación de que la literatura es una pulsión que te descubre el mundo que estás viviendo, a Albert Camus”.

Fue en la novela Verano donde descubrió un pequeño pasaje titulado Nupcias en Tipasa en el que encontró “un mundo que yo estaba viviendo sin darle nombre literario”. Así, alimentándose a su vez de los autores franceses y rusos clásicos, se encaminó hacia la escritura: “Cuando comienzas, ese mundo literario que has absorbido a través de las lecturas se convierte en una proyección de luz al exterior de esos libros que has leído, y terminas por escribir ese libro que te gustaría haber leído y que nunca habías encontrado en la biblioteca».

A la literatura la define como una resistencia creada por el ser humano desde que supo que iba a perecer puesto que “no ha podido soportar la neurosis de la muerte”. Razones por las que “se ha metido por todos los agujeros del cuerpo raíces, sustancias y sueños” con tal de crear otros personajes, huir con ellos, salvarse. “Imagínate, en las esquinas de las ciudades orientales la cantidad de literatura que se ha perdido por el soplo del viento sobre una alfombra en el suelo, la cantidad de cuentos que se habrán contado y desaparecido, de poesía, filosofía perdida en papeles podridos”. Y suena el silencio.

Tal vez es eso lo que le suceda cuando se interna en el “bosque lácteo” de la novela El azar de la mujer rubia o en todas aquellas que ha elaborado a lo largo de su carrera novelística, en la que mezcla tintes biográficos y ficcionales junto a episodios cotidianos o de historia nacional. “Yo creo que la realidad, o a eso a lo que llamamos realidad, es lo más irreal que hay. Lo que la hace surrealista o hiperrealista es la mirada”. Y reflexiona: «Sirve para descubrir el caos que hay en cada acontecimiento, el absurdo de la vida misma. La mirada del escritor está entre el cosmos y el caos”.

“Este es un oficio impúdico y neurótico»


Manuel Vicent traslada esa mirada en sus columnas dominicales del El País. “No tienes derecho, para empezar, a amargarle el domingo a nadie”, sentencia con tono jocoso. Y es que hay que distinguir la “carne picada que te llega de todos los acontecimientos machados durante la semana” y saber de manera “sensitiva” cómo “constreñir el espacio de manera que quede lo esencial”. Para ello, alude a la deformación profesional: “Este es un oficio impúdico y neurótico. Impúdico porque sales a la palestra y exhibes públicamente lo que piensas sin que nadie te haya llamado. Y neurótico porque estás pensando en ti mismo y en el lector”. El lector de domingo no es el mismo. Y a él intenta darle “ese detritus que la vida y la sociedad van dejando en el aire».

¿Y qué opina sobre casos como el de Fariña o Valtonyc? “La libertad de expresión existe de forma abundante. El problema que se plantea es si uno puede ser objetivo o independiente de verdad. En el periodismo esa subjetividad tiene que estar sometida al contraste de los hechos, que estos sean auténticos y veraces”. En cuanto a la independencia, cree que “de manera absoluta es inalcanzable, siempre hay unas fuerzas e intereses económicos que te permiten un campo más amplio u otro”. De ahí a que dibuje este esquema: “La información, como derecho humano, también es una fuente de poder, el que la tiene lo controla. Para que se entienda, esa información está pegada a la comunicación, la comunicación está pegada al espectáculo, y el espectáculo ya está pegado al negocio”.

El poder y sus defensas se amparan en este subterfugio dado por los medios de comunicación cuyo punto flaco se encuentra en el aburrimiento. “Ahora mismo, desde que se transmite algo sobre el procés, hay muchísima gente que cambia de canal. Esa mercancía está viciada y deteriorada, ya no la consume nadie, habrá que añadir una nueva capa para que la gente se vuelva a enganchar”. La sociedad del espectáculo la llamaban. Sin embargo, “ese poder informativo hoy día es horizontal, cualquiera puede ser corresponsal de guerra, cualquiera puede ser escritor. Siempre hay alguien con un móvil en la mano que saca la fotografía adecuada”.

Foto: Carla Rivero

«Las guerras se acaban cuando se van las cámaras»


Abraham Zapruder (1963) filma desde la acera que está enfrente de Dealey Plaza con una cámara Super 8 mm el asesinato de John F. Kennedy. Año 2011, un joven llamado Mohamed Bouazizi se quema a lo bonzo y da comienzo la Primavera Árabe. “La historia buscaba a la cámara, y no la cámara a la historia”, sin embargo, actualmente, “las cámaras han dejado de ser inocentes, como cuando fotografías al niño que está en un columpio habiendo un tiroteo detrás”.  Es la fuerza de la imagen lo que ha dotado de importancia informativa a ciertos eventos. Por ejemplo, «la Guerra del Golfo la inició el director de la CNN cuando todas las cámaras estaban en su sitio para enfocar. Las guerras se acaban cuando se van las cámaras”.

De nuevo, la banalidad que se destila del tratamiento informativo lleva a que “el 15 de mayo, las mujeres que se echaron a la calle por sus derechos y por la igualdad, los pensionistas… Todo queda domado, excepto un residuo sangriento que ha quedado en la guerra de Siria”. Acontecimientos que marcan y han pasado, que han quedado grabadas en la retina con ruidos, imágenes y grabaciones guardadas en bases de datos. “Yo tampoco tengo claro qué va a pasar”, admite.

Sometidos a la vorágine de las nuevas tecnologías, a sus facilidades y prestaciones, Vicent escenifica con sus manos cómo se escribe con un lápiz, cómo se engrasa una máquina de escribir cuyas teclas y tintineo repiquetean en la memoria. “Ahora no sabes lo que hay dentro del ordenador. Este se ha convertido en un aparato que moldea el pensamiento y la estructura informativa”.

«La pasión por saber lo que pasa es una fuente de energía inagotable»


Pero aún queda lugar para la maravilla de un nuevo amanecer. Juan Cruz atiende en la sala las palabras de su colega y, junto a él, recuerda las palabras de Rafael Azcona: “Vivir es desayunar”. En esta hora temprana se habrán de escoger entre dos caminos, “aquel del aroma al café, el gusto del aceite de oliva sobre la tostada, o el camino de la miseria que te está contando el periódico que lees”.

En unos minutos Vicent se encontrará con los alumnos que cursan Periodismo en la Universidad de La Laguna. Será la enseñanza de toda una carrera que ha cabalgado desde los años de la Dictadura y la Transición hasta la España contemporánea, en la que el oficio ha impregnado cada uno de sus días. Así, recuerda que “la pasión por saber lo que pasa es una fuente de energía inagotable. Y mientras eso persista habrá necesidad de que haya gente que informe”. Luego, el soporte en papel, digital, pared o graffiti, lo que sea, persistirá, porque “el cerebro humano, en el fondo, en el último bulbo, es la curiosidad. El periodismo no puede desaparecer”.

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