Luis Alberto García García, catedrático de Psicología de la Educación de la Universidad de La Laguna, expone la relevancia que poseen especialistas como él en el desarrollo de medidas preventivas que acaben con los problemas en los centros de enseñanza de cualquier nivel. Entre las trabas está el acoso escolar o la búsqueda de un mecanismo que haga prevalecer la creatividad y el pensamiento productivo.
¿Cuál es la función de un psicólogo educativo? «En España, es complicada definirla. No existe una especialización profesional porque los empleados en instituciones educativas son más bien orientadores. Fundamentalmente, lo que hacemos son diagnósticos. Pero nuestra función es asesorar, intervenir y señalar todas las barreras que tienen que ver con el aprendizaje».
Y dentro de ellas, el bullying… «Definir el concepto del acoso escolar no es tan fácil. Antaño, estas situaciones se daban dentro del recinto educativo. Hoy día, con la tecnología, no se sabe dónde se da el acoso. Si se da en el móvil o en el ámbito familiar y se traslada a los colegios, o desde los colegios hacia afuera. La preocupación radica en su auge. Cierto es que, desde que existe un acosado, hay que tratarlo y ayudar a su familia, la cual muchas veces no sabe qué hacer. Creo que la clave está en desarrollar programas de convivencia para que podamos enfocar cualquier tipo de problema. Canarias tiene, por ejemplo, PROMECO, cuyo fin es mejorar dicha convivencia en las escuelas».
«La misión del psicólogo educativo, en este caso, está en la prevención. Nosotros actuamos antes de que las cosas sucedan»
¿Cómo cree que puede ayudar un psicólogo educativo en la lucha contra el acoso escolar? «La misión del psicólogo educativo, en este caso, está en la prevención. Nosotros no somos psicólogos clínicos, actuamos antes de que las cosas sucedan. Cuando ya hay un diagnóstico, la gente suele acudir a los primeros. Entendemos que este trabajo debe hacerse entre profesores y padres para, luego, realizar un seguimiento con los chicos y chicas. Lo solvente sería trabajar la idea de los mediadores en los colegios. Consiste en que los propios alumnos hagan de mediación para que trabajen o puedan actuar antes de que aparezcan muros. Pero fundamentalmente requiere un trabajo del centro».
¿Ha vivido algún caso que haya tenido que tratar particularmente en la Universidad? «Nosotros tenemos un proyecto que se llama Familias en Red, de la Consejería de Educación y promovido hace diez años. Teníamos cursos de bullying dirigidos a padres y madres y un teléfono de asesoramiento. Así nos llamaban, y directamente interveníamos».
¿Cree que el aumento de los incidentes se debe a la falta de medidas preventivas? «El número de incidentes aumenta por lo que, en mi opinión, es el ciberacoso. El acoso en centros de enseñanza siempre se ha dado pero ahora es cuando se visibiliza. Recuerdo algunos casos en mi infancia, pero no le dimos la transcendencia que debería porque era un tema invisible. A veces, llega demasiado pronto a los medios de comunicación sin haber sido tratado previamente. A mí me preocupa mucho más eso, el hecho de que se victimize a una familia o a un niño sin haberlo analizado bien. Una persona va a la televisión, por ejemplo, y dice que su hijo ha sido acosado; genera una polémica brutal. Debería haber mucho más cuidado en cómo estamos tratando estos temas. Es buena la visibilidad cuando está comprobado el incidente y cuando las cosas suceden, nunca antes. Muchos casos que están pasando son muy cuestionables».
«Llevamos 30 años con cinco reformas y eso ha generado mucha inseguridad en el sistema educativo»
¿Cree que el sistema educativo apuesta por la creatividad o el pensamiento productivo? «Sinceramente, no. Creo que tenemos un problema muy serio. Llevamos 30 años con cinco reformas y eso ha generado mucha inseguridad. Los profesores ya no sabemos ni cómo evaluamos y esto se debe a la incertidumbre que genera nuestro sistema educativo. A mí lo que me preocupa es que se torne en ‘esquizofrénico’: el mundo del empleo va por su lado, el de la educación por otro y el de la empresa igual. Las llamo las tres ‘E’. Tenemos que hacer un rescate en la inversión educativa. Intentamos crear talento y egresados que aprenda más cosas y vayan más allá. La sociedad no valora el esfuerzo que hacemos».
¿Qué prácticas debe llevar a cabo el sistema educativo, o la sociedad en este caso, para valorar al ente universitario ? «Hace falta mayor concienciación de lo que supone un plan educativo y su conexión con el mundo del empleo. Muchos titulados salen y no saben lo que es un contrato de trabajo. No es culpa de ellos sino de nosotros, quienes nos desligamos de la realidad. Ese encapsulamiento del sistema nos aísla y deberíamos trabajar más desde la perspectiva social. No es complicado, hay suficiente recursos para hacerlo. El problema supone cambiar de hábitos, tener una metodología más activa. Supone un cambio de mentalidad muy fuerte que todavía no ha llegado. Espero que los jóvenes cambien la mentalidad, y sobre todo, que los profesores den contenidos reales que les sirvan para algo».
«Si el 20 % de las personas abandonan la enseñanza significa que 1 de cada 4 deja la secundaria»
Y en relación con el profesorado, ¿qué técnicas podrían usarse para mejorar el sistema vigente? «Considero que los profesores debemos tomarnos más en serio la innovación. Esto supone trabajar con informática, tecnología y recursos comunicativos. Hay que abrir las escuelas a la sociedad, se precisa más apertura. También hay que enfocarlo hacia el éxito. Canarias es la zona de Europa con mayor abandono escolar. Por ende, se debe empezar por lo positivo y darles salidas a los que no se han titulado. Si el 20 % de las personas abandonan la enseñanza significa que 1 de cada 4 deja la secundaria. Hay que buscarles otra salida. Una persona que abandona el sistema educativo antes de los 16 años, ¿qué alternativas tiene? Como el mundo del empleo no se preocupa porque no le interesa, son 35 000 jóvenes en Canarias los que abandonan y no sabemos donde están».
¿Qué podría hacer la Universidad por alentar al alumnado a no abandonar? «La mayoría del fracaso escolar se debe a la falta de motivación. La solución estaría, sobre todo, en la valoración de la cultura. El Plan Bolonia en la Universidad no ha aportado grandes cambios: seguimos haciendo lo mismo que hace 20 años. Las distinciones siguen siendo mínimas: el mismo profesor que habla y el mismo alumno que recibe teoría, sentado en su pupitre 30 horas. Se valora más una investigación que todo lo demás que hagas en tu docencia. Además, percibo como algunos profesores estamos pensando en jubilarnos y no puede ser que estemos cansados porque de esta forma no transmitimos ilusión. Es necesario un cambio para recuperar el ánimo porque si no el sistema se va a resentir mucho».