Este cuento comienza con una madre embarazada. Hay drogas de por medio y maltrato prenatal. La niña lloraba a todas horas, pues pedía su dosis diaria de alcohol y cocaína a través de lágrimas y gritos desesperados. Era Margarita, la misma que hoy es feliz y no solloza a causa de la falta de drogas. Su vida ha cambiado para siempre gracias a sus padres adoptivos Juan y Lucía. Sin embargo, el camino no ha estado decorado con pétalos de rosa y buenas experiencias.
Capítulo 1. ¡Peligro, peligro!
La luz roja se encendió: ¡alerta, precaución! El hospital se puso en contacto con los servicios sociales para dar la voz de alarma sobre este nuevo caso. El expediente de este nuevo ser humano llegó, entonces, a manos de Marcos Ventura, trabajador social del Sistema de Protección Infantil, y su equipo de trabajo: “Nos avisan de que el bebé está recibiendo fármacos para sus convulsiones”. En ese momento, comienzan a estudiar cuál será la realidad que la niña vivirá en su casa cuando le den el alta. “Si antes de que naciera ya lo estabas maltratando, ¿qué no harás cuando te lo lleves a casa?”, comenta Marcos.
Capítulo 2. Novedades
Margarita no puede ir con sus padres, no le conviene. Como uno de los derechos fundamentales de los niños es, precisamente, poder vivir en familia, se abren tres opciones: la primera es ir a un centro de acogida, donde tendrá que competir con otros menores para que le atiendan. Luego, puede acabar en un acogimiento con miembros de su familia extensa, es decir, abuelos, tíos… O bien, puede irse con una familia ajena. Los servicios sociales están trabajando con los padres biológicos: deben ser capaces de cuidar y educar a su hija. Pero el nacimiento prematuro y alcoholizado de la protagonista era un presagio: la suerte no estará de su lado.
Capítulo 3. Para cada solución, hay un problema
En el centro de menores se sentía aislada: comía y dormía, pero no disfrutaba de la vida. Cumplió los tres años y fue entonces cuando sus abuelos quisieron hacerse cargo de ella durante un tiempo. Sin embargo, los niños crecen y requieren mucha fuerza mental y física. Dos personas mayores no son la mejor opción para cuidar de una chiquilla en edad de correr y jugar a todas horas. Tras realizar un estudio de idoneidad, Margarita acabó en los brazos de Pedro y María, dos jóvenes padres que le han dado todo y la han visto crecer durante un año y medio. La protagonista ya ha empezado el colegio: sabe hablar, dibujar y contar. Está aprendiendo a sumar y a restar y sabe que amor más amor es igual a familia.
Capítulo 4. ¡Gracias!
Tras ver la película de Toy Story, los servicios sociales se dieron cuenta de que no se puede estar jugando eternamente y, menos aún, con los sentimientos de una menor. Por ello, se ha buscado una solución definitiva y Margarita es declarada “adoptable”: lo mejor que le puede pasar es que sea adoptada por una familia que le garantice una estabilidad de verdad. Indagando en el baúl de las familias predispuestas a recibir en sus vidas a esta pequeña de casi siete años, han encontrado a Juan y a Lucía.
Ambos comparten la ilusión por formar un hogar de tres. Con el firme compromiso de ofrecerle a nuestra protagonista todo lo que necesite, como una casa, alimentos o ropa, se cogen los tres de la mano y se van a pasear juntos muy unidos y con mucho amor de por medio. “Cuando me llama mamá, me emociono”, asegura las madre de acogida. “A veces me abraza y me da palmaditas en la espalda, es su manera de demostrarme su agradecimiento”. Dar las gracias no siempre conlleva el uso de esta palabra; a veces un gesto lo dice absolutamente todo.
El estudio de idoneidad
Construir un expediente de adopción conlleva la realización de un estudio de idoneidad. Incluye un informe psicológico y un informe social: a los nuevos padres se les va a exigir, precisamente, lo que no tenía la familia de origen. Marcos Ventura, trabajador social, asegura que se requerirá “una vida organizada, que los ritmos laborales y sociales les permitan hacerse cargo del hijo y tener un determinado nivel económico para satisfacer las necesidades básicas del nuevo miembro”. Igualmente, “no es mejor la familia que tenga más ceros en la cuenta corriente”.
Los adoptantes realizan un test donde comunican a los servicios sociales las características del menor con las que sí podrían convivir. Pueden haber familias que se vean capaces de lidiar con un niño que padece síndrome de abstinencia, pero no podrían hacerse cargo de un menor sordo o capacidad de visión reducida. En ningún caso cabe hablar del género del menor ni de su raza. En Canarias, por ejemplo, no hay ninguna familia en la lista de espera que tenga un ofrecimiento para un niño de 10 a 12 años.