Según el Informe 2020 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el hambre en el mundo está en aumento desde 2014 y afecta a más de 690 millones de personas o, lo que es lo mismo, al 8,9 % de la población mundial. Para paliar esta problemática, la Agenda 2030 de la ONU propone «la inversión en agricultura sostenible y sistemas alimentarios y en la población rural», haciendo un uso responsable de los recursos naturales a fin de alcanzar un nivel de sostenibilidad que permita erradicar la pobreza extrema, la hambruna y la malnutrición.
Esta práctica, asociada con la extensión de monocultivos y con altos impactos ambientales, supone una alteración del medio que provoca desequilibrios ecológicos manifestados con la aparición de plagas y enfermedades. En consecuencia, el uso de productos químicos se convierte en una necesidad, con efectos negativos para el medioambiente y la salud pública. Asimismo, la utilización de combustibles fósiles destinados a crear los pesticidas y a poner en funcionamiento la maquinaria requerida para trabajar los campos tiene un alto costo ambiental. Por si fuera poco, la última etapa del proceso supone un desplazamiento destinado a acercar los alimentos a la ciudadanía, lo que contribuye más, si cabe, al aumento de la contaminación.
El actual modelo de agricultura intensiva no es más que una forma de destruir el medio natural y de favorecer las desigualdades sociales. Se ha demostrado que solo empobrece a los países más desfavorecidos, carentes del capital necesario para desarrollar la industria que se demanda para el funcionamiento de este negocio.
La sociedad está perfectamente preparada para autoabastecerse de alimentos. En este sentido, la agricultura urbana tiene un enorme potencial, dado que la mayoría de la población se concentra en las zonas metropolitanas. Según la FAO, el 80 % de los alimentos producidos en el Mundo se destinan al consumo en espacios urbanos.
Los sistemas de alimentación urbana están enfocados en el autoconsumo y el aprovechamiento de los espacios de la ciudad. Además, no solo suponen un aumento de los puestos de trabajo, sino la posibilidad de generar los alimentos cerca de donde vive la gente, de forma que se limitan los viajes y se favorece al medioambiente.
«Es posible desarrollar un modelo agrícola basado en la biodiversidad y la sostenibilidad»
Otra alternativa es la agricultura rural. Es posible desarrollar un modelo agrícola basado en la biodiversidad y la sostenibilidad, por ejemplo, mejorando la eficiencia en el uso de recursos. La agroecología aplica los procesos ecológicos en los sistemas de producción de alimentos, a fin de almacenar el dióxido de carbono en la tierra y los árboles. Mientras que la permacultura consiste en aprovechar las características del ecosistema natural para conseguir una tierra más fértil y multiplicar por dos el rendimiento. Ambas técnicas son viables para producir alimentos garantizando su salubridad y asegurando la protección del entorno natural.
En definitiva, existen varias opciones a la industria petroquímica que domina el sector agroalimentario y, además, son mucho más rentables. Por un lado, porque producen más rápido y barato y por otro, porque contribuyen a disminuir el impacto medioambiental, evitando el uso del petróleo y reduciendo el consumo de carne.
El sistema actual no funciona, dado que los gobiernos están supeditados por los intereses económicos de las compañías que dirigen el modelo capitalista, entre las que se encuentran las empresas petroleras. La solución pasa por omitir su uso en este tipo de cuestiones. Para ello, es importante que la sociedad se movilice y ponga en práctica las alternativas propuestas, a fin de fomentar la diversificación de las economías rurales en las actividades agrícolas de un modo sostenible y promoviendo la innovación.