Tenía once años cuando España ganó el Mundial de Fútbol en Sudáfrica. Fue una de las pocas veces en la que he visto a toda la nación unida. A raíz de ahí, me pregunto continuamente por qué no puede ser siempre así. Por qué no puedo llevar orgulloso los colores de mi patria sin que me miren como un facha. Por qué existe cierto complejo de decir «estoy orgulloso de ser español». Muchas veces intento encontrar una reflexión que me lo explique, pero por más que le doy vueltas a mi cabeza no la veo.
No voy a pedir que todo el mundo tenga una bandera de España en su balcón. O que tengan una pulsera roja y gualda. Aquí cada uno ama y quiere a esta nación como quiere. No soy nadie para dar lecciones de patriotismo y creo que es bueno que todos tengamos en mente un concepto de España diferente, pero lo que no es soportable es que no haya total libertad para querer y poner por encima de todo a mi país.
Si hay algo que me ha enseñado la vida, es que con los sentimientos y las pasiones de las personas no hay que meterse. Sin embargo, el problema recae cuando compatriotas tuyos te dicen lo que está bien y lo que está mal. Lo que vale y lo que no. Lo que tienes que llevar y lo que no puedes lucir. Lo que tienes que contar de la historia y lo que debemos esconder. Es aquí donde está la cuestión, es decir, en que gente de tu propio país te limite te indique unas pautas sobre cómo debes actuar y opinar respecto a tu nación.
Esto que digo está sucediendo en la actualidad. No son locuras mías. Todos hemos podido ver como se han provocado altercados entre los antitaurinos y los aficionados a los toros. También se ha visto como han increpado en alguna manifestación a ciertas personas tan solo por llevar una bandera de España. Y no, no me refiero exclusivamente a protestas independentistas. Mis tiros van más por los alborotos que montan ciertos colectivos subvencionados por determinados partidos políticos. Lastimosamente, este gran problema se genera por la ausencia de algo muy bonito llamado «respeto». Yo tolero que a ti no te guste ni la bandera, ni las tradiciones, ni la cultura de España, pero, ¿por qué no se hace lo propio con mis gustos? Juzguen ustedes mismos.
Ahora, desgraciadamente me centró en la política, debido a que creo que debe ser independiente al tema que estoy tratando, aunque esto en España no pasa. ¿Cómo puedo demostrar lo que comento? Pues muy fácil. Estoy seguro de que los que me estén leyendo ahora mismo pensarán que soy de derechas, católico y monárquico… y sí, queridos lectores, aquí está el problema. Que todo lo relacionamos con la política por culpa de ciertos grupos parlamentarios, que rechazan algún que otro símbolo español. Y este aspecto, solo pasa aquí.
Estoy seguro de que si un ciudadano estadounidense hace un artículo como este, no diríamos que es votante de Trump o de Hillary Clinton, básicamente porque ninguno de los dos renuncia de la bandera ni tampoco se niega a decir la palabra «Estados Unidos», y ni mucho menos, hacen pactos con los movimientos independentistas. Todo esto, pasa en España.
En definitiva, ojalá que este aspecto de nuestra nación cambie. Tengamos claro que los raros no somos nosotros, sino aquellos que no dan la libertad de pensar cómo te dé la gana (y para colmo se hacen llamar antifascistas). No sigamos cediendo terreno. Yo, mientras espero que esto cambie, seguiré soñando con que todo sea siempre como aquél 11 de julio del 2010…