Una novela puede tornar en un color oscuro si desde la primera página hallamos una cita extraída de El castillo, obra póstuma del escritor checo Franz Kafka. Más aún si, al mirar el título, somos capaces de entender la correlación que el autor busca establecer entre ambos libros, preparando nuestros sentidos para recibir macabros estímulos que parecen esconder algún tipo de significado que, al menos en una primera lectura, se hace difícil de decodificar.
Me refiero a La ciudad del uruguayo Mario Levrero, un trotamundos del mundo de la escritura que se desempeñó en múltiples disciplinas como guionista de cómics, columnista, humorista, fotógrafo y creador de crucigramas. Desde su publicación, el autor ha admitido que leía El castillo mientras escribía su libro, siendo este su principal fuente de inspiración para crear una realidad que revela sin ningún rubor cuales son las aguas de las que nace, sin que por ello se vea comprometida su originalidad o se convierta en una mala copia.
Una reseña que no es una reseña
La principal dificultad a la hora de afrontar esta reseña se me presenta en el deseo del novelista, poco amigo de cualquier tipo de texto que pudiera desvelar alguna parte de su obra, pese a que esta es difícilmente destripable, pues tenía la convicción de que perdería parte de su encanto y arruinaría la sorpresa. Así mismo, procederé a cumplir la voluntad del autor, con unas pequeñas comillas.
Una de las similitudes que poseen ambos escritos es que se centran en un personaje que se ve envueltos en una serie de hechos y acciones que escapan totalmente de su control, mezclándose en una realidad onírica que poco se parece a nuestra cotidianidad, pero en la que todos reconocemos elementos comunes que nos son cercanos. Su escritura es fluida, amena y breve, invitando en lo leamos de una sentada, a pesar de que no entendamos lo que está pasando.
Y he ahí el motor que mueve los sucesos y nos hace sentirnos como el protagonista, pues avanzamos junto a él solo por el afán de encontrar una razón al sin sentido, aunque en el fondo creamos que todo es un sueño del que tarde o temprano despertaremos. Una atmósfera que recuerda, si entendemos la distancia que separa una corriente de la otra, a la fantástica Crimen del escritor canario Agustín Espinosa, no tanto por el estilo ni la temática, sino por el buen hacer de ambas a la hora de fabricar ambientes caóticos, oscuros y llenos de simbología. Una lectura ideal para aquellos amantes del surrealismo.