El hombre elefante está dentro de la lista de películas que hay que ver antes de morir. Esta pieza británico-estadounidense de 1980 relata la historia real de Joseph Merrick, un londinense que padecía deformaciones corporales desde que tenía un año y medio de edad. La obra, basada en los libros del mismo nombre y dirigida por el estadounidense David Lynch, tuvo éxito a nivel de crítica y de taquilla, optando a ocho candidaturas de los Oscars del siguiente año, donde se le otorgó la estatuilla a mejor película.
Nuestro personaje principal estuvo condenado toda su vida por su apariencia. La mayor parte de su existencia vivió en circos donde se le trataba como a un bicho raro, exponiéndolo al público y ganando dinero a costa de su sufrimiento. Solo encontró sosiego en sus últimos años, gracias a un médico que lo cuidó y ayudó. Aunque su aspecto no era el mejor, fue una persona que destacó por su carácter dulce y educado.
Merrick fue catalogado por muchos como una ser inferior, cuya inteligencia no superaba a la media. Tras su muerte y varios estudios, se demostró que su intelecto era superior a la mayoría. Muchos médicos advirtieron que sufría lo que se conoce como síndrome de Proteus, un crecimiento excesivo de piel y un desarrollo anormal de huesos, tejido adiposo o de los vasos sanguíneos.
El film nos cuenta la historia del doctor Frederick Treves, interpretado por Anthony Hopkins, que, tras realizar un visita a una zona de espectáculos ambulantes, conoce al dueño de una de las carpas llamado Bytes, quien expone de forma ilegal a Merrick, papel realizado por John Hurt.
Encerrado en una jaula, se esconde tras una manta vieja y sucia para protegerse de las miradas ajenas. Tras convencer al propietario del lugar, es trasladado al hospital para investigar el porqué de sus problemas y para evitar que siga siendo víctima de malos tratos.
Tras el sentimiento de horror que produce, se le lleva a una de las alas del edificio y es custodiado por la señora Mothershead, Wendy Hiller, a la que se le encarga su cuidado. Poco a poco, y gracias al cariño de otros personajes, se va mostrando una faceta más sofisticada, sensible e inteligente de él.
La fotografía de Freddie Francis relata de forma magistral el sufrimiento y el dolor
La vida del protagonista se extendió desde 1862 hasta 1890, por ello la película refleja la época victoriana y la revolución industrial del país. Grabada en blanco y negro, ya que muchos expertos no conciben ver esta obra en color, se puede ver reflejada la frialdad de los lugares, su oscuridad, de forma que hace sentir al espectador que todo se lleva a cabo en un mundo despiadado y hostil.
Un rasgo a destacar es la belleza y la humildad que desprende una historia tan desoladora, pero que es tratada con una dignidad y un amor que hacen de esta una espectáculo emocional que muy pocas veces se puede conseguir. El maltrato, la humillación, la repulsa son una representación de cómo el ser humano puede ser un monstruo.
Todo ello sumado a una de las mejores piezas musicales como es ‘Adagio para cuerdas’ del compositor Samuel Barber. Unas notas encadenadas que demuestran una genialidad de uno de los mejores creadores de bandas sonoras de la época. Además de Freddie Francis, ganador de dos premios de la academia en fotografía, donde se aleja de pretensiones y busca una sencillez que hace que la cinta sea perfecta.
David Lynch dirige este drama de los años 80
David Lynch, el director de éxitos como Twin Peaks o Dune, se pone detrás de las cámaras y del guion para brindarnos una obra maestra cinematográfica, quien es ayudado por Stuart Craig, uno de los diseñadores de producción británicos con mejor reputación del momento.
Un paralelismo estético y una luminosidad vista en otros idealistas, como Terrence Malick, dejan claro que el cine de antaño todavía está presente y que ha aportado al actual muchos de los rasgos característicos del drama, el humor negro y la tragicomedia.