Es domingo. Ya ha salido el perro a pasear y los niños están estudiando, un buen momento para hojear el periódico, para ojear algo interesante. Elecciones, Evo Morales, Cataluña, Gran Hermano… parecen ser las opciones más esperables, pero se cuela entre ellas un tema que cada vez nos interesa más: el español. Es domingo y hay tres artículos, que no son pocos ni cortos, sobre nuestra lengua: Palabras de cine, El español como amenaza y Colonizados. Los tres de El País, escritos por Manuel Gutiérrez Aragón, Eduardo Lago y Julio Llamazares, respectivamente. Los leemos a ver qué hay de nuevo en el español.
Nos importa el español, nos importa lo que hablamos y cómo lo hablamos, si en el cine nuestro acento es recibido con los brazos abiertos o si se le tacha y se le da la espalda. ¿Serán, como en las películas, los andaluces unos pobres bandoleros? ¿Los vascos unos brutos taberneros? ¿Somos los canarios unos vagos que están todo el día con el muyayo en la boca? El primer artículo discute sobre estas cuestiones. Pero es que eso nos interesa, nos lo preguntamos constantemente cuando vemos una serie. ¿No puede un canario vivir en Madrid y enamorarse de esa chica sin hacer alusiones al gofio, las papas con mojo o las guaguas? ¿Sabrán en el resto de España que en Canarias nadie dice muyayo?
Pero seguimos hambrientos de anécdotas, de novedades, de todo lo que tenga que ver con la lengua, y continuamos leyendo el periódico. Ahora, un título atrayente: El español como amenaza. En una primera lectura me viene a la mente aquel «hablante-oyente ideal en una comunidad lingüística homogénea», lo cual no deja de ser eso, un ideal, algo que ni existe, ni lo hará, menos aún en la tierra de las pluralidades (dudo si sigue siendo la de la libertad), Estados Unidos.
Humberto Hernández, en su artículo El español sin triunfalismos (El Día), destaca también lo precario de la situación del español en el territorio estadounidense, no por falta de hablantes, sino por la marginación social que estos reciben por parte de los angloparlantes. ¿El español es una amenaza o está amenazado? Ambas cosas: los sectores racistas lo consideran un peligro para la pureza de la raza blanca anglosajona (raza que ni fue la primera en estar, ni la primera en llegar, recordemos), y también es una amenaza para los propios hablantes hispanos, señalados por su lengua, lo cual nos lleva a considerar al español como, también, amenazado.
«Da pena ver cómo la pluralidad es concebida en algunos lugares no como un tesoro sino como una amenaza»
Pero el español, lejos de retroceder, crece cada año en los estados de aquel país, por lo que, o se hacen a ello, o se sentirán amenazados durante siglos y siglos. Siempre da pena ver cómo la pluralidad, algo que caracteriza a nuestra especie, es concebida en algunos lugares no como un tesoro sino como una amenaza.
Finalmente, y a colación del anterior, en este domingo de lectura, de reposo y de lengua española, tenemos Colonizados. Más allá de reproches algo fatalistas sobre la pérdida de lo nuestro frente a lo estadounidense (que no deja de ser culpa propia y no ajena), es cierto que estamos dejando por el camino muchas palabras y giros de nuestra lengua frente a la inglesa. Pero no solo eso, también las variedades del español se ven cada vez más invadidas de léxico y expresiones estandarizadas (parece ser que al final sí existía un estándar): lo ajeno se convierte en lo propio. Y así se da una cadena de colonizaciones: golifiar pasa a cotillear y cotillear a estalkear casi sin darnos cuenta. La lengua evoluciona y el conservadurismo lingüístico es a veces más perjudicial que beneficioso, pero no olvidemos que la riqueza de las variedades es también una riqueza de realidades: distintas palabras, distintas formas de ver el mundo.
El español nos importa, sí, pero ¿nos preocupa? Muchas preguntas para una tarde de domingo. Dejémoslo ahí.