Un hombre arrojó una tarta contra el cuadro de La Gioconda el 29 de mayo de 2022 exigiendo la protección del Planeta frente al cambio climático. A partir de ahí esta acción se repitió por el Mundo. Con la muerte de 650 mil personas entre 1970 y 2019 a causa de las sequías, la pérdida de producción en las cosechas, de hasta el 40 % en España este año, o la muerte de nueve millones de personas por contaminación en 2019, se vuelven insignificantes las alteraciones de unas obras de arte cuyo valor reside en el imaginario colectivo.
No obstante, siempre será prioritario para las grandes esferas desviar la atención de los verdaderos problemas hacia otros menores. Quizás aquí radicó el fallo de este mediático activismo. Sus acciones regalaron a la opinión pública un hilo por el que tirar y derrumbar cualquier intento de mostrar la problemática del cambio climático. La destrucción del planeta ocupó un segundo plano y, en su lugar, el debate giró en torno a la manera de hacer activismo.
Se ofreció una excusa para categorizar a quienes luchan contra esta causa como personas sin un sentido de la sociedad capaces de destruir algo que une y con lo que empatiza tanta gente como es la cultura y el arte.
«¡¿Qué vale más el arte o la vida?!»
Los Girasoles de Van Gogh, en la National Gallery de Londres, La Primavera de Botticelli, en la Galería de Uffizi, o Masacre en Corea de Pablo Picasso, en la Galería Nacional de Victoria, son algunas de las obras afectadas. Las acciones consistieron en echar salsa de tomate o puré de papas cerca o sobre los cuadros y pegar sus manos con pegamento permanente al grito de «¡¿qué vale más el arte o la vida?!». También pudimos ver actuaciones más recientes en las que el tomate era omitido y se añadió la muestra de pancartas con mensajes como «cambio climático= guerra + sequía».
Pese a la respuesta evidente de que la vida es más importante, la reacción de quienes se encontraban alrededor de esos cuadros siempre era la misma. Agitado, el público pedía que se detuviese la acción y se exclamaba acerca de lo ridícula que era. Una reacción que más que concienciar a favor del clima sentó las bases para desviar la opinión pública.
Tampoco podemos considerar que sea fácil llegar al foco mediático de manera positiva y eficiente. Otro ejemplo lo protagonizó Greta Thunberg. Aunque logró la celebración de manifestaciones a nivel mundial con la fundación del movimiento fridays for future (viernes por el futuro), los medios y las redes sociales se llenaron de críticas hacia su persona más que hacia las palabras que pronunciaba. Su «cara de amargada», su edad, en aquel entonces quince años o su trastorno, el síndrome de asperger, inundaron los titulares y la opinión de quienes antes que reconocer la crisis climática prefieren poner pegas a quien ose ser la cara del cambio.