El periodista Adel Imaq fue asesinado a tiros cuando regresaba a su casa en una tarde de enero. Borhan Muzakkir murió a golpe de bala mientras cubría un enfrentamiento político. Lokman Slim, comentarista y editor de medios digitales, fue encontrado sin vida la mañana del 4 de febrero de 2021. David Beriáin y Roberto Fraile realizaban un documental sobre la caza furtiva en Burkina Faso, pero no llegaron a terminarlo. Acabaron con sus vidas y los callaron para siempre.
Ocho periodistas han sido asesinados en lo que va de año, y 317 encarcelados por tan solo perseguir la verdad. Es muy fácil decir que el periodismo lo puede ejercer cualquiera mientras se está rodeado por una intensa marea de fake news. Y también lo es decir que los tiempos dorados de la profesión ya han acabado, cuando sabemos que no es así. Pero, desafortunadamente, es muy sencillo criticar a una profesión sin experimentarla desde dentro.
La Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2021 que realizó la ONG Reporteros Sin Fronteras sobre 180 países del Mundo esclarece que en el 73 % de ellos, el periodismo es bloqueado de forma total o parcial. En ellos, los periodistas se topan con obstáculos que impiden el ejercicio de las coberturas, así como el acceso a determinadas fuentes de información. Algo que en el actual contexto pandémico se ha agravado aún más.
En la actualidad, en donde la realidad suprime el empirismo en favor de la débil solidez emocional, ser profesional de la información supone una temeridad. A este perfil de la sociedad se le insulta, se le manipula, se le agrede; pero, sobre todo, no se le toma en serio en su rutina laboral.
«¿Cómo se atreven a homenajear a figuras del periodismo, tras censurar ruedas de prensa?»
Por suerte, hay quien sigue en el campo de batalla. Son personas que luchan y cavan con tenacidad hasta el fondo de los hechos. Observan la realidad y no pueden parar de teclear, pues desean ser la voz de quien no la tiene. Son periodistas que, aún temerosos de perder su vida a la vuelta de la esquina, siguen desempeñando su labor, que indudablemente se convierte en homenaje de quienes perdieron la vida luchando por la libertad de prensa.
Cuando se confirmó la noticia del fallecimiento de los reporteros David Beriáin y Roberto Fraile, los homenajes políticos empezaron a propagarse como la pólvora. Fueron reconocimientos vacíos de emociones que parecían cumplir más con un protocolo que con una verdadera acción humanitaria. ¿Cómo se atreven a exaltar un «periodismo valiente» cuando censuran preguntas en rueda de prensa? ¿Cómo se atreven a homenajear a dos grandes figuras del periodismo de investigación, después de haber defendido la Ley Mordaza que intimidaba y coaccionaba? ¿Cómo ejercen luto mientras dedican su tiempo a diseñar propagandas electorales con señalamientos a cadenas de televisión? Repito, ¿cómo se atreven?
El sector periodístico no quiere aplausos. Ni quiere flores ni tampoco teatro. Por lo contrario, quiere protección, cuidado y puesta en valor de cada una de sus piezas informativas, porque ser periodista en el siglo XXI supone atreverse a contar historias aún cuando nadie te escucha. Es trabajar en la calle, con frío o calor, con gritos o disparos, oyendo a tus espaldas «prensa manipuladora». Ser periodista hoy en día es aprender a protegerse cuando nadie te presta ayuda. Es un trabajo que concierne el duro aprendizaje a soportarlo todo.
Cuando el pasado 27 de abril España recibió la pérdida de sus dos compatriotas, el periodismo pasó a ser una flor aún más marchita. Quiero pensar que el fin de los atentados a la libertad de prensa están un poco más cerca. Sin embargo, me temo que no es así, porque la historia ha demostrado que el interés y el poder están por encima de todo.
El resurgir del periodismo solo vendrá como fruto de una alianza entre las organizaciones y las sociedades del mundo. Recordemos: defender el periodismo es defender la libertad individual de cada ser.