El Gobierno central considera, en su calendario orientativo del desconfinamiento tras el coronavirus, que el curso 2020-2021 pueda arrancar a mediados de septiembre si la evolución de la epidemia de la COVID-19 lo permite. El pistoletazo de salida al inicio del curso universitario podría darse «con seguridad adaptada», es decir, que se plantea un escenario donde las estrictas medidas de higiene y desinfección de espacios públicos serán obligatorias y el distanciamiento social se extenderá para prevenir posibles nuevos positivos en coronavirus. ¿Qué escenario nos dibujará la ya conocida como «nueva normalidad».
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, ha planteado la estrategia que sigue el Gobierno: dividir las aulas por un ratio de no más de 15 estudiantes en una misma clase. El ministro de Universidades, Manuel Castells, auguró un escenario parecido en el que la formación universitaria debería adaptarse todo lo posible al entorno online, primando una educación «bimodal». Para esto, las aulas tendrían que adaptarse con el fin de respetar los dos metros de distanciamiento social, así como «ajustar los horarios para desinfectar las instalaciones».
«Debido al déficit de docentes no es infrecuente que el profesorado de la ULL exceda la carga lectiva que le corresponde por contrato»
Por tanto, ¿cuáles serán los criterios con los que se va a decidir qué quince alumnos regresan a la clase presencial y cuáles se quedan en casa estudiando de forma telemática? Si este es el supuesto del futuro de la docencia universitaria se necesitará contratar el doble de la plantilla de profesorado actual, porque ¿cómo un mismo docente puede atender a dos grupos a la vez? Pero también requiere de una importante inversión en software y servidores. En caso contrario, se precisaría de edificios el doble de grandes. En la actualidad, debido al déficit de docentes, no es infrecuente que el profesorado de la ULL exceda la carga lectiva que le corresponde por contrato.
El paso de la docencia presencial al modo virtual ha sido un verdadero quebradero de cabeza en apenas tres meses de confinamiento, tanto para el profesorado como para el estudiantado. El primero se ha tenido que poner al día con las nuevas tecnologías para esta transición, mientras que los estudiantes se han quejado a través de las redes sociales del estrés que padecen más allá de había venido siendo habitual en la preparación de sus materias: se han pedido más trabajo que antes y los exámenes han añadido dificultades ajena a la propia materia. Por ejemplo, exámenes con un minuto para responder a cada pregunta cuando antes el tiempo se elevaba a más del doble. Esta situación ha llevado a sufrir de ansiedad y a contemplar cómo las notas se han visto afectadas a la baja.
La ULL como otras universidades tradicionales, ha sido hasta ahora presencial y no online. ¿En caso de que el próximo curso se mantenga el formato virtual, qué evitará que haya alumnos que se planteen cursar sus estudios en otras universidades más alejadas físicamente? Lo virtual no entiende de distancias ni de sobrecostes en desplazamientos y estancias fuera del domicilio habitual. ¿Qué estudiante no se plantearía cursar un grado, un posgrado o cualquier estudio en universidades públicas españolas que, sin desdeñar el prestigio de la institución lagunera, gozan de niveles más elevados en investigación, inversión o profesionales de prestigio? ¿Quién no querría, por ejemplo, estudiar en la Complutense, la Carlos III, la de de Salamanca o la Autónoma de Barcelona, en las que además, ofertan titulaciones de las que no dispone la ULL? ¿Cuál es el futuro de nuestra Universidad de La Laguna?