Al igual que no se puede hablar del presente sin mencionar el pasado, para hablar de los actuales quioscos hay que remontarse a la historia de los antiguos carritos. A mediados del siglo XX, Santa Cruz de Tenerife ya comenzaba a forjar una tradición quiosquera en la ciudad. Tras la Guerra Civil que azotó al país, el Ayuntamiento dio la oportunidad a la población santacrucera de empezar con el negocio de los carritos de golosinas como medio de vida para sus propietarios.
Pedro Moreno, dueño del Quiosco Moreno, uno de los más antiguos de la ciudad, recuerda que tras el conflicto, su padre se incorporó a la Policía Municipal. Como sus ingresos eran escasos, decidió junto con su esposa Eufemia comprarle a un gallego su carrito ubicado en la esquina de la calle Imeldo Serís.
Llegados a noviembre de 1950, su madre recibió la licencia para comenzar con la actividad en la Plaza Weyler. Ocho años más tarde, «al ponerle la acera y losetas a la plaza, puesto que era de tierra, el Ayuntamiento lo trasladó a la calle Robayna, lugar donde se sitúa actualmente», afirma Moreno como segunda generación del negocio.
A cargo del quiosco desde 1978, el propietario recuerda con nostalgia cómo guardaban y empujaban los carritos a diario hasta los puntos que asignaba el Ayuntamiento para la venta. «Un día que lo llevaba mi hermano mayor a guardar casi de noche y con prisas, se le atascó una rueda en los raíles del tranvía. Otra vez, en la calle Barranquillo se le volcó», comenta entre risas mientras añade que «no podían cambiarse de sitio, puesto que la licencia solo les dejaba permanecer en ese punto al igual que ahora».
Florinda Ramos, dueña del Quiosco Adrián, rememora que la primera persona que regentó el quiosco fue su abuela, una mujer de La Gomera que se asentó en Tenerife. «Migró con sus cuatro hijos debido a la guerra y aquí empezó con el negocio de los carritos», afirma. Ahora, setenta años después, su nieta está al frente de uno de los más veteranos de la ciudad.
En esta línea, para María del Cielo, titular del Quiosco Cielo y de las que menos tiempo lleva a cargo del negocio en la capital, la situación ha sido distinta. Sin embargo, el sentimiento por la tradición no ha variado. «Yo llevo solo once años aquí pero hay muchas personas que han pasado el negocio de familia en familia», sostiene como una de las principales razones por las que insiste en que no desaparezcan.
Otro de los motivos que la quiosquera señala es su importancia al constituir puestos de trabajo. «Soy madre soltera y vivo del quiosco, encima soy autónoma. Mi hijo vive de mi trabajo y si me lo quitan el día mañana, ¿a dónde iré con 57 años?», denuncia.
Ordenanza municipal
La instalación de quioscos en la vía pública se regula mediante la Ordenanza Municipal que estipula la concesión de licencias para aquellos «dedicados a la venta de prensa, golosinas, flores y productos». Según el régimen jurídico de la autorización detallado en el artículo 23: «Las licencias se concederán por un plazo de diez años, prorrogable automáticamente por igual periodo» y a través de concurso público con unos criterios de baremación. Sin embargo, estas prórrogas automáticas tendrán un límite de cincuenta años y serán de carácter personal e intransferible.
En cuanto a la venta, el artículo 28 del reglamento recoge el permiso de vender «caramelos, chicles, confites y golosinas» siempre y cuando «cumplan las normas relativas al envasado, etiquetas y rotulación del Real Decreto 1810/91, de 13 de diciembre, por el que se aprueba el Reglamento Técnico Sanitario para la elaboración, circulación y comercio».
La ordenanza también admite la comercialización de pan, productos de bollería y dulcería, «perfectamente envasados, etiquetados y rotulados», así como de helados, revistas, periódicos, tabaco, artículos pequeños de juguetería y artículos elementales de escritorio, con sus debidos requisitos cumplimentados. En caso de vender flores, «sólo se admitirá la venta exclusiva de dicho producto», subraya la normativa.
Una vida de céntimos
Nadie dijo que trabajar en un quiosco fuera sencillo. Para Florinda es «una profesión muy sacrificada por la cantidad de horas que haces para poder mantener un sueldo digno», opinión que también comparte María del Cielo, al estar en pie desde las cinco de la mañana para empezar a vender los primeros periódicos del día a las seis, jornada que combina con otro empleado para poder atender a su hijo y hacer su vida. A esta cuestión se suma Pedro, quien sostiene que contratar a un empleado o empleada supone un problema añadido porque hacerlo significa «quitar dinero de tu escaso sueldo».
«¿Cuánto se cobra en un quiosco?». Moreno responde haciendo alusión a la ganancia por producto vendido: «A lo mejor a un paquete de papas fritas le ganas un máximo de diez céntimos o cinco céntimos». En este sentido, María del Cielo explica que cada vez se gana menos porque muchos de los productos ya llegan con un precio estipulado al que se tienen que ceñir «porque al cliente no le gusta que le cobres más del importe fijado». «Me mantengo echándole horas y horas, y aun así, vivo de céntimos. Cada mes intento sacar un sueldo para vivir y hay veces que ni lo saco», lamenta.
En relación a los cambios con respecto a los actuales quioscos, Moreno apunta que en los años ochenta vendían «cigarros, golosinas, mercorchas y bocadillos de chorizo o de sardinas que ya están prohibidos cocinar». Sin embargo, con el paso del tiempo no solo se han modificado las ventas. Muchos de estos negocios se han visto obligados a cambiar de dueño o echar el cierre para siempre. «Hasta hace siete años había más de cien quioscos. Hoy en día ya no creo ni que quede la mitad, habrá entre cuarenta y cincuenta», estima mientras sentencia que ahora es cada vez más difícil sobrevivir.
Con la llegada de los comercios que «venden de todo» como los 24 horas y las grandes cadenas de supermercados, los quioscos se han quedado rezagados. La digitalización también ha supuesto otro problema añadido para una profesión que «llegaba a vender cien periódicos al día y hoy ni una cuarta parte», sostiene Moreno a lo que Florinda agrega que de la poca prensa que le mandan, acaba devolviendo. Además, para Pedro el periódico es un producto que «no se estila en la gente joven» donde las dos únicas excepciones es que adquieran uno «si el colegio se lo pide o si su abuelo o abuela se lo encarga».
«No solo vendemos, también ayudamos emocionalmente»
Todo trabajo tiene también su lado positivo. Para los tres, la profesión trasciende las fronteras estrictamente laborales, puesto que a pesar de que a veces tienen que «aguantar muchas cosas» agradecen el trato con el público en jornadas «de lunes a lunes». «No es el trabajo perfecto pero es muy satisfactorio. Hay días que a mí al menos me compensa y me voy contenta para casa. Sobre todo cuando veo la emoción de los niños y niñas», señala Ramos.
En este sentido, Moreno subraya que «las personas quiosqueras no solo somos vendemos, sino también ayudamos emocionalmente a la vecindad, les escuchamos y apoyamos. Para mí, el quiosco es mucho más que un comercio». María del Cielo coincide añadiendo que «no es lo mismo ir a comprar unas chuches a un quiosco que a una multitienda. La diferencia está ahí, en que nosotros hemos estado toda la vida».
Renovarse o morir
El futuro de los quioscos es incierto y que están en peligro de extinción es un secreto a voces. Sin embargo, se conserva un halo de esperanza que ataña a un Ayuntamiento que «debe escucharnos y apostar por una renovación» en un modelo de negocio que lleva más de treinta años intacto en la ciudad santacrucera.
«Yo me tiraría a la piscina sin pensarlo y haría un cambio», declara con decisión Florinda, quien estima oportuno modificar la venta de productos estipulada y ampliar la forma de llevar el comercio para que este perdure en el tiempo. «Necesitamos un baño, una conexión a una red telefónica y a Internet. Nos faltan muchísimas cosas que son normales en un negocio, fíjate si vamos por detrás del resto», reconoce Florinda al mismo tiempo que reflexiona sobre un futuro sin esta actividad en la capital: «Sería una pena que desapareciéramos».
En los últimos años han proliferado nuevos modelos de quioscos en parte del territorio nacional. En Barcelona ya se pueden encontrar propuestas innovadoras y minimalistas que apuestan por el papel, con la venta de periódicos y revistas internacionales, y por el café para llevar. Como señala Pedro Moreno, aunque «aquí no tengamos la costumbre de beberlos mientras caminamos, si funciona allí quizás este pueda ser un buen comienzo para el cambio».
Conservar las tradiciones significa proteger el patrimonio cultural de una sociedad. Una riqueza que no se entiende sin ellas, las personas quiosqueras, quienes han forjado la esencia de Santa Cruz de Tenerife durante generaciones. Para estas, presente y futuro deben ir de la mano, por ello, ahora exigen un cambio en el que se luche por mantener viva una profesión sin la que no se entienden las primeras páginas de la historia de la ciudad. Más de setenta años en los que los quioscos se han convertido en puntos de encuentro y en el alma de la capital.