«Comenzamos trabajando con diez familias que no tenían nada. Se nos rompió el corazón y vimos que el asunto era serio»
Benjamín Barba formó la asociación Kairós en 2008 con la idea de transformar en acciones sus valores solidarios. Empezó como un grupo de amigos y amigas que realizó actividades, hasta 2010, centradas en la ayuda al pueblo saharaui. Entonces se dieron cuenta de la problemática de la pobreza en las Islas. Kairós, a partir de ese año, comenzó a hacer actividades, entre ellas, la recogida de alimentos o la impartición de talleres en centros escolares. La organización evolucionó hasta en la actualidad repartir alimentos a unas quinientas familias al mes.
Las administraciones públicas pueden tardar en torno a cuatro meses en dar a una familia alimento. Benjamín Barba, se informa de esta realidad y, desde Kairós, comienzan a repartir alimentos. Una idea que recibió una buena acogida y respuesta solidaria por parte de la población, que ayudó con donativos y voluntariados. Se iniciaron en esta nueva tarea con diez familias urgentes que no tenían ningún recurso. Benjamín resaltó lo difícil que resultaba ver esa cara de la sociedad. «Nos rompía el corazón cada vez que venía una familia y, sobre todo, con niños y niñas», añade.
La Asociación no podía dar crédito a que se dieran casos de pobreza extrema en su propia Isla, observaban a familias que no contaban con los recursos básicos para vivir y que se sumían en la vergüenza y la incomprensión de la sociedad. Muchas de estas personas habían llegado a esa situación por causas que, como comenta Benjamín, «les podrían pasar a cualquiera», como la quiebra de su empresa o el fin del cobro del paro. Así, se creó en Kairós el lema que motiva a su equipo a continuar con su labor: «Hoy son ellas las personas afectadas pero mañana podríamos ser nosotras».
¡Mamá, galletas!
Tratar con quinientas familias diferentes al mes presenta momentos, como el presidente de la Asociación califica, «desgarradores». Con emoción recuerda el caso de una madre y su hijo. En Kairós colocan cajas con comida en unas mesas situadas una al lado de otra, para que quienes asisten a la repartición seleccionen sus productos . Un niño pequeño vio un paquete de galletas en una de las cajas y gritó, «¡Mamá, galletas!». El chillido inundó la sala y a muchos de las personas presentes se les saltaron las lágrimas al ver a un niño pequeño tan emocionado por volver a ver unas galletas. Las cuales devoró en cuanto las cogió.
Desde la Asociación mantienen la ilusión de volver a retomar otras actividades, sin restricciones por la pandemia, como algunas dedicadas a la costura, la cerámica y campamentos de jóvenes para trabajar valores que consideran fundamentales para una sociedad.