Azul es el color del mar, del cielo y el seudónimo de un joven gambiano que atravesó el mar en busca de ayuda. Este adolescente de 17 años tomó la decisión de huir de su país para poder trabajar y enviar dinero a sus seres queridos. En Gambia trabajaba como agricultor junto a su padre. Azul recuerda con cariño su infancia, época en la que fue realmente feliz junto con su hermana más pequeña y su hermano mayor. Asistía cada día al colegio y compartía el aula con alrededor de cincuenta alumnos y alumnas más, a diferencia del ratio de alumnado que asiste a clase en España.
Sin embargo, su familia vivía una situación muy complicada. Afirmó que el viaje era muy caro pero que, tras varios intentos, consiguió reunir el dinero para cruzar el mar en una patera. Así fue como, sin avisar a su familia, se embarcó en una peligrosa aventura con la motivación de buscar un futuro mejor.
El viaje
Él, junto con alrededor de treinta personas más, vivió una dura travesía en la que fue testigo de la muerte de varias personas embarcadas. Un viaje que duró un total de cinco largos días en los que escaseaba la comida y en los que la tripulación debía sobrevivir al frío de la noche y el calor del día. El tambaleo de la embarcación, el sol abrasador y la sed y el hambre siguen persiguiendo a Azul que afirma tener pesadillas sobre el trayecto. Sin embargo, recuerda que «en la embarcación habían mujeres y menores que demostraron un gran valor». La incertidumbre, el miedo y las ganas les llevaron a la otra orilla donde les esperaba una nueva vida.
“Ahora puedo ayudar a mi familia, que es lo más importante”
Azul domina tres idiomas que le han sido de gran ayuda para poder sobrevivir. Al llegar a Canarias se encontró con un panorama totalmente desconocido. Tuvo que trasladarse varias veces en campamentos hasta llegar a la casa de acogida en Tenerife en la que reside junto con alrededor de veinticinco jóvenes más. Hoy en día estudia el ciclo de formación profesional de electricidad y, además, trabaja como ganadero para poder enviar dinero a sus seres queridos. Aunque afirma echar de menos a su familia cada día, no quiere que ninguno de ellos emprenda el mismo viaje que hizo él porque es muy peligroso. La relación que tiene con sus educadores es muy cercana y confiesa que conviven como una familia. Disfruta de los paseos, de la comida local e ir a la playa, aunque no lo pueda hacer con frecuencia.
Soy migrante
Según la Organización Internacional de Migración (OIM), el término migrante hace referencia a toda persona que se traslada fuera de su lugar de residencia habitual, ya sea dentro de su país o a través de una frontera internacional, de manera temporal o permanente, y por diversas razones. En 2020 la OIM estimó un total de 272 millones de personas migrantes internacionales. Estos datos hacen que la historia de Azul sea una entre millones. Los motivos por los que se desplazan son muy variados, sin embargo, existe una tipificación y estereotipación de que aquellas personas que migran de su país viven una situación de pobreza o guerra. La sociedad no es realmente consciente de que migrante también es la persona que se traslada para estudiar a otra ciudad o alguien que se muda a otro país por motivos laborales. Este punto de vista representa el tipo de migración que más abunda.
La realidad de la migración
Otro estereotipo muy común en los medios de comunicación y que se está propagando en el imaginario colectivo es la relación, inexistente, entre la migración y la delincuencia. Es un prejuicio que se implanta gracias a la ignorancia y el constante bombardeo de noticias que hacen entender que el índice de criminalidad va de la mano con el fenómeno de la migración. Según datos del INE, en 2019 el 74,6 % de los condenados eran de nacionalidad española y sólo un 7,3 % de los delitos fueron cometidos por personas provenientes del continente africano. Además, la percepción del número de habitantes migrantes en España es desproporcionada si se compara con datos reales. Tan solo un 2,52 % de la población en España proviene del continente africano.
Sin duda, Azul es un claro ejemplo de lo incoherente que es la idea de que las personas que arriesgan sus vidas para ayudar a sus familiares sean calificados como delincuentes. Únicamente hace falta conocer una historia como la suya para entender que las personas que llegan a las costas, después de sobrevivir a un viaje en condiciones extremas, son el reflejo de la valentía y el sacrificio.