La batuta del director de la orquesta sube cada vez más y, con ella, las notas de música de los clarinetes, violines y tambores. De fondo, hay un telón rojo como la sangre que se derramaría sobre el escenario. Durante más de tres horas y media y cinco actos diferenciados, Francesco Ivan Ciampa trasladó la magia de Charles Gounod al Auditorio Adán Martín con la obra más famosa del autor, Faust, que exhibirá su función hoy, sábado 25 de noviembre, a las 19.30 horas.
Tras desaparecer la tela de color carmín, se presenta el viejo doctor Fausto rodeado de libros y apuntes, fruto de sus enormes conocimientos. A un lado hay un vaso de alcohol; al otro, pastillas. En medio, un protagonista que duda sobre su existencia. Ya son demasiados años, mucho cansancio, pero, a su vez, infinitas ganas de seguir viviendo. Busca ayuda en Dios, suplicando que le devuelva la fe, el amor y la juventud. Comprobando que sus peticiones no son respondidas, invoca al mismo diablo.
Una negociación con el diablo
El demonio aparece en escena adoptando el nombre de Mefistófeles. Este accede a otorgarle al doctor su deseo: ser joven de nuevo. Sin embargo, le pone la condición de que, una vez muerto, su alma le pertenecerá y quedará guardada en el infierno. Fausto duda, pero finalmente firma el acuerdo.
Por su parte, Valentín, un joven soldado, ha de irse a la guerra, por lo que solicita a su amigo Siebel que cuide de su hermana Margarita. El diablo irrumpe el ambiente festivo de militares y amigos para cantar una canción pagana llamada Ronda al becerro de oro. Al terminar de entonar la melodía, vaticina que pronto morirá Valentín y que su fiel compañero marchitará todas las flores que rocen sus manos. Ante lo que supone una evidente amenaza, el equipo de oficiales pretenden herirle, pero las armas se rompen y se dan cuenta de que se trata de una fuerza del inframundo. Muestran, entonces, la empuñadura de las espadas que tienen forma de cruz para ahuyentarlo.
Fausto busca desesperadamente a la mujer de la que se ha enamorado, Margarita. Mefistófeles le advierte de la complejidad que puede suponer conquistarla ya que está protegida por la Divinidad, pero él está dispuesto a luchar por su amor con el apoyo del demonio, que le asegura que conseguirá lo que se propone. Ella, sin embargo, le rechaza en un principio. Alrededor, una gran multitud de personas bailan y disfrutan de una velada especial.
Joyas para llegar al corazón de su enamorada
Un cofre lleno de joyas es suficiente para que la joven damisela cambie de parecer y se rinda ante los encantos del doctor o, más bien, ante el maleficio del diablo. Tras vivir una noche de lujuria, Margarita queda embarazada, siendo el eje de las burlas y críticas de todo su pueblo. Tan solo Siebel se mantiene constante en la relación que le une a ella y promete vengarla por la desdicha que ahora domina su vida. La chica, a pesar de ello, solo quiere acudir a la Iglesia para rezar.
El regimiento dirigido por Valentín regresa de las batallas, y todo es alegría y buenas noticias excepto para el militar principal: nadie va a recibirle y le tratan con desprecio. ¿La causa? La desgracia de su hermana. Cuando se entera de lo ocurrido sale en busca de Fausto, y Mefistófeles actúa como dueño de dos marionetas. Con una mano parece controlar al ambicioso doctor y, con la otra al vengativo hermano de Margarita. Gana el personaje que da nombre a esta ópera, por supuesto. “Maldita seas, maldita seas”, suspira el perdedor a su hermana antes de morir.
Las luces blancas características del cielo se tornan rojas como el telón, como la sangre, como el fuego del infierno. La chica, que ya ha sido madre, se atormenta cuando el recinto eclesiástico se convierte en una pesadilla de tinieblas y se desmaya.
El demonio, como dueño y señor de Fausto, lo dirige por las montañas del Hartz y tiene lugar la que se conoce como Noche de Walpurgis. El paisaje se convierte en una prisión, pudiéndose comprobar que los pecadores no obtienen el perdón fácilmente. De pronto, se vuelven a encender las luces del abismo malvado. Maldiciones, odio, ira. Se abren las puertas del cielo, se cierran las del infierno y los gritos de “maldita seas” se convierten un “has sido salvada”. Se cierra el telón y se levanta la multitud para dar paso a una ovación sin precedentes.