En un principio se creía que estábamos solos en el Universo. Ahora, la Humanidad centra gran parte de su esfuerzo científico en la búsqueda de vida extraterrestre o, al menos, simples indicios de su existencia. A la vista de la inmensidad del Cosmos, parece imposible que esta solo se haya desarrollado bajo las condiciones de nuestro mundo. Cada día se buscan exoplanetas con características similares a La Tierra o con biomarcadores que dan a entender que pueden haber seres vivos. Incluso se está haciendo hincapié en intentar encontrar restos de microorganismos en Marte.
Por eso es contradictorio que cuando se descubre un objeto o fenómeno en el espacio cuyo origen podría ser artificial, la mayoría de la comunidad científica parece dejar esa hipótesis como la última opción, o peor, la rechazan. Pasó cuando se descubrió una estrella que variaba su grado de luminosidad de manera anómala, con lo que se rumoreaba que una civilización alienígena podría haber construido una gran estructura que cubriera su astro para aprovechar su energía. También, en menor medida, con el hallazgo de grandes concentraciones de fosfina en Venus, lo que puede tratarse de un biomarcador, es decir, una firma que podría significar la existencia de vida microbiana en su atmósfera.
El caso más mediático fue Oumuamua, en 2017, el primer objeto que se ha detectado en el Sistema Solar que procedía de su exterior. Se trató de nuestro primer visitante interestelar del que se tienen registros. El problema es que se descubrió demasiado tarde, pues ya se estaba alejando demasiado rápido. Eso hizo que el enigma de su naturaleza no se pudiera revelar. De entre todas las hipótesis que surgieron con rapidez, una pequeña parte de profesionales propuso la idea de que se tratara de una nave alienígena. Si los humanos hemos enviado sondas fuera de nuestro sistema planetario, ¿por qué otros seres avanzados no lo habrían hecho?
Abraham Loeb, el más atrevido
Y no todas esas personas son poco conocidas. El prolífico astrofísico e investigador de Harvard Abraham Loeb no solo sugirió que Oumuamua podía tratarse de una sonda alienígena sino que llegó a afirmarlo. «Era una nave extraterrestre», sigue repitiendo hoy en día. Por estas declaraciones, él mismo denuncia que se ha visto rechazado por el mundo de la ciencia, discriminado o difamado. Hay quienes lo consideran loco, mal científico o genio del marketing, pues aseguran que todas sus proclamaciones solo tienen como objetivo publicitar su libro Extraterrestre: La humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra.
Una de esas personas que opina esto último es el físico del Instituto de Astrofísica de Canarias Héctor Socas. Según él, lo que cuenta Loeb sobre su supuesta discriminación profesional «es victimismo». Asimismo, tacha sus prácticas de mala ciencia. Así lo explica el que también es director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife: «Hasta ahora no hemos encontrado nada claro que apunte a vida no terrestre, por lo que estas hipótesis son muy débiles. Es por eso por lo que hacer tales afirmaciones sin tener pruebas es algo que incomoda a nuestra comunidad. No es que descarte o se desprecien esas ideas, sino que no se les ha dado importancia porque no hemos encontrado evidencias de vida fuera de nuestro mundo».
El experto se muestra optimista y espera que esto cambie en el futuro. Cree que estamos cada vez más cerca de toparnos con ese descubrimiento, ese cambio de paradigma que alterará nuestra manera de pensar al darnos cuenta de que la vida no solo se ha abierto paso en La Tierra. Si esto ocurriera, dichas hipótesis cobrarían más fuerza y estarían más sustanciadas. Por el momento, «si estás en tu casa y escuchas un ruido en el patio puedes asumir que es un alien o puedes pensar que es un gato, que según nuestras vivencias sería lo normal», compara Socas.
«No se persigue a quienes buscan vida en el Universo, se les financia»
A pesar de que hay gente que hace esas afirmaciones sin pruebas, otra extensa parte de profesionales de la ciencia se esfuerza en realizar una búsqueda exhaustiva y de manera rigurosa, no solo de vida extraterrestre sino de grandes civilizaciones inteligentes. Tal y como defiende Socas, este es uno de los principales problemas a resolver y se destina mucho dinero a grandes líneas de investigación sobre ello.
Héctor Socas también ha colaborado con la NASA en este tema y recalca que «no he sentido que se te linche, más bien todo lo contrario», pues ha observado que a la gente le interesa este asunto mucho más que otros.
No obstante, el físico menciona que esto da lugar a otro conflicto, el del «mal periodismo científico». A pesar de que entiende que los medios se centren en lo que a la población le llama la atención, él critica que destaquen la «hipótesis alien» por encima de las muchas otras sobre las que se hace menos o nula cobertura informativa, lo que genera desinformación.
El problema de los medios de comunicación
Quizá esa sensación de que en el mundo científico relegan estas hipótesis a la última opción esté provocada por los medios informativos. Cuando se publican noticias sobre estas hipótesis, solo están enfocadas a lo extraterrestre. Lo que enfada a la comunidad científica es que se dejan de lado los demás planteamientos Y esto es algo en lo que Socas y el Coordinador de Divulgación de el Instituto de Física Corpuscular de la Universidad de Valencia Alberto Aparici coinciden al completo.
Aparici entiende que a la sociedad le atraiga la idea de vida inteligente fuera de La Tierra, pero argumenta que para su sector lo más importante es poder demostrar que existe. «La posibilidad de que haya elefantes rosas flotando por el Universo está ahí, claro, pero hay que corroborarlo con pruebas», expresa el divulgador.
Alberto Aparici explica como «el periodismo es una muestra representativa de lo que la gente está dispuesta a leer», algo que se ve reflejado en los titulares. Es ahí donde el experto identifica la diferencia entre la comunicación y la ciencia. «Mientras que al primer grupo le interesa lo posible, el segundo se esfuerza en probar mediante certezas que algo es seguro», ultima.