Llora, el cielo llora y se estremece
inundando de tristeza las calles,
las plazas y los albergues.
Llega para quedarse, no tiene prisa;
maldita sea, de nuevo llueve.
Corazones de hielo renacen
y al mismo tiempo mueren:
con el frío y los lamentos
no sobreviven ni los que quieren.
Por eso el gran rey azul sigue llorando,
rompiendo cada pedazo de sí,
rociando con agua color carmesí
aquellos lugares recónditos
que están enamorados del frenesí.
El ambiente se baña de nostalgia,
caen lágrimas por mejillas sonrosadas,
resuenan las gotas en los cristales de las casas
y llora, el cielo sigue llorando.
No encuentra motivos para abstenerse
y susurrarnos que lo que viene,
siempre,
será mejor de lo que es.
Ahora nadie comprende los dichosos porqués,
no se entiende que las personas de siempre
se vayan y vengan sin avisar,
sin preguntar siquiera si esas despedidas importarán.
Y claro, claro que dolerán.
Pero, cielo, querido cielo, no llores más.