Piensan en los demás. Ayudan. Luchan. Enseñan. Inician un cambio social. Mejoran el mundo. Encaran la desigualdad. Denuncian las injusticias. Recaudan dinero… Todo ello, el conjunto de tareas que hacen los voluntarios. Según el Observatorio del Voluntariado, en junio de 2016, el 32,6 % de los españoles participaban económicamente con alguna ONG. Mientras que solo el 9,3 % eran voluntarios, es decir, cerca de cuatro millones de ciudadanos participaban entre cuarenta y seis millones. De estos, la mayoría eran mujeres con un 54,4 %, al contrario, los hombres eran un 45,6 %. Por parte de Canarias, el 7,1 % eran voluntarios y el 29,2 % cooperaban económicamente.
Carla Díaz es una venezolana que empezó a colaborar en Ámate porque su tía, una de las cofundadoras, se lo ofreció. Compagina sus estudios de auxiliar administrativo con esta asociación que apoya a mujeres víctimas del cáncer de mama: “No todos podemos ayudar económicamente, pero, aunque sea, poner un granito de arena”.
Cuenta que ahora, antes de quejarse, piensa en lo que sufren estas personas. A su vez, declara que le trae recuerdos porque su padre murió a causa de un tumor. “En Venezuela, la palabra cáncer la asociaba con muerte, pero ahora, la veo con otros ojos. Muchas personas lo superan y en el trascurso sonríen. Me sorprende la fortaleza que tienen”, dice.
“He crecido como persona»
Yaiza Moreno, con título en Psicología, es otra de las voluntarias de Ámate. En su caso, comenzó en los hospitales cuando estaba realizando el máster de Clínica, siendo, en la actualidad, una de las psicólogas de la Entidad.
Lo mejor de su labor es poder compartir las vivencias de las mujeres que luchan contra el cáncer: «Siempre aprendo algo nuevo. Ellas también me trasmiten a mí y he crecido como persona”. Por último, señala que “lo peor es la carga de trabajo, lo que significa que hay muchos casos y pocos voluntarios”.
En Tenerife, también existe la asociación Abia, donde participa la profesora Paula Sánchez. Expone que “hay que preocuparse por el día a día, pensar en la huella que dejamos con nuestra vida diaria y conocer las cosas para quererlas, es decir, interesarse un poco por ir al campo, ver lo que hay”.
Para ella, lo mejor de Abia es el contacto con las personas, así como observar el progreso de los discapacitados con los que trabajan.
“La experiencia que más me ha marcado”
Formar parte de estas organizaciones es algo que perdura a lo largo del tiempo. Es el caso de la pedagoga Emilia Méndez, antigua educadora de menores en desamparo en la ONG Nuevo futuro: «Lo dejé hace cuatro años porque me salió trabajo relacionado con mi carrera y ambas cosas no eran compatibles». Pero a pesar de ello, todavía, mantiene el contacto con los niños. Califica esta faena como una de las mejores cosas que ha hecho: «La experiencia te enriquece en muchos sentidos, aprendí muchas cosas. La verdad que es la experiencia que más me ha marcado”.
Del mismo modo, afirma que se encontraba muy bien consigo misma al poder ayudar a los jóvenes. «Lo mejor es la gratificación, el cariño de todos los niños. Reconforta ayudar a estas personitas. A nivel personal te recompensa”, concluye.