Hoy no puedo evitar recordar los años ochenta y los pulsos que entonces tuvo que afrontar la izquierda comunista española. No consigo dejar de rememorar el desastre electoral que vivió el Partido Comunista Español en 1982 y que tanto se asemeja con el que atraviesa ahora Izquierda Unida, con sólo dos escaños en el Congreso. Entonces, el PCE perdió más de diecinueve escaños y se vio al filo de su desaparición. Hoy, la federación de izquierdas en la que se encuentra inmerso, se ve sólo con dos asientos en un Congreso en el que otrora ocupó hasta veintiuno.
Tampoco puedo dejar de pensar en 1986. Cuando el PCE, presa del miedo a una inminente desaparición, decidió sumar fuerzas con otras formaciones de izquierda comunista. Así, su imagotipo era un cuadro compuesto por los símbolos del Partido Comunista de España, el Partido de Asociación Comunista, el Partido Comunista de los Pueblos de España y la Federación Progresista. Se mezclaban el rojo primario, el granate, el verde esperanza y el azabache. Surgía, entre las fusiones, Izquierda Unida y aquellos partidos a la siniestra del PSOE dejaron de estar atomizados. Hoy, treinta años después, aparecerán conjuntamente en las próximas elecciones el rojo, el morado y el negro (Izquierda Unida, Podemos y Equo). Se funden bajo el nombre de Unidos Podemos. Pero, esta vez, tampoco puedo evitar la sensación de que, como hace 30 años, las disputas internas representarán un escollo demasiado grande.
Resulta difícil creer en la coalición cuando hasta los propios integrantes la definen como un “matrimonio de conveniencia”. Cuando, a pesar de todo lo que les une, parece pesar más lo que disocia. A través de los abrazos, las sacudidas de mano y los pactos alcanzados, emergen las rivalidades. Cada uno de ellos llevará a cabo campañas electorales separadas, incluso el anuncio de la coalición fue emitido de forma independiente por los dos grupos mayoritarios.
Mientras abanderan la lucha contra el bipartidismo, combaten por poseer la hegemonía de la izquierda desangrándose mutuamente. No logro evitar el sentimiento de estar reviviendo el pasado. Parece que de nuevo, no serán los argumentos los que diriman la pugna, sino la posición de mayor o menor poder en la que se encuentren cada una de las partes enfrentadas en este pulso histórico.