“Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, y en la que nadie sabe nada de esos temas. Esto construye una fórmula segura para el desastre”, decía Carl Sagan, astrofísico, escritor y divulgador científico. Fue el mejor en la labor de acercar la ciencia a nuestro día a día a través del televisor. Además, era todo un futurólogo. Y es que, por desgracia, no hay un día en el que no pare de confirmarse su enunciado. Es preocupante.
Actualmente, resulta imposible despertarse sin presenciar noticias sobre movimientos antivacunas, antitransgénicos o planteamientos ecológicos imposibles de realizar. Lo peor es que todas estas peticiones absurdas han roto la barrera de la seguridad de las personas y se han transformado en un peligro real. La pseudociencia siempre ha jugado con nuestros bolsillos y ahora, debido a su enfoque a la salud, se toma el privilegio de hacerlo con nuestras vidas.
La televisión, la radio, las revistas, las redes sociales… Todos los medios se han saturado con personajes, desgraciadamente para su credibilidad, a los que se les ha otorgado la capacidad de opinar y establecer como creencia conceptos ridículos sobre ciencia cuando no son más que simples tertulianos predicando ignorancia. Se ha establecido una falsa equidistancia, dotándosele de crédito a una información simplemente porque va en contra de lo que promueve el desarrollo científico, al que parece que tenemos pánico. Muy pocos son los que se salvan.
Cada vez más grave
Al hablar de este tema se me pasa por la cabeza más de un acontecimiento realmente vergonzoso. Quizás el más reciente sea el de un joven que fue a tratarse un cáncer con un curandero, que le inundó la cabeza con falsedades y le prometió el oro y el moro con su terapia natural. Le aseguró que lo curaría, pero lo mató. Y sí, digo lo mató porque fue él, con su naturismo, el que acabó con la vida del chaval. Posteriormente, los intentos del padre de aplicar justicia fueron en vano, y es que semejante individuo continúa en la calle como si nada hubiera pasado. Lo triste es que a este predicador de falsedades se suman muchos otros casos que han quedado impunes por parte del Estado.
Me resulta triste a la vez que preocupante observar cómo los movimientos antivacunas y antitransgénicos han ido ganando terreno en nuestra sociedad. No me quiero extender aquí porque estos temas dan para escribir un libro, simplemente me limitaré a plantear dos situaciones, una de cada uno. La primera es que en 2017 han aumentado en Europa el número de niños infectados por sarampión, un hecho alarmante, ya que se trata de una enfermedad potencialmente mortal y que posee una vacuna eficaz. La segunda es que, tras su desarrollo en 1982, los diabéticos han pasado de pincharse insulina de vacas y cerdos, que producía fuertes reacciones alérgicas y choques anafilácticos, a hacerlo con insulina idéntica a la humana producida por bacterias transgénicas. Si investigan, verán que no son los únicos.
Estamos paralizados
Lo peor de todo es que en España continuamos sin una ley que condene todas estas prácticas de la manera que merece; y la Unión Europea posee una política agraria común que prohíbe los transgénicos, que llevan consumiéndose mucho tiempo en países como Estados Unidos, generando numerosos beneficios a la agricultura y a la salud de las personas, pero no posee una sanitaria que obligue a vacunarse a todo el mundo. Será que una es necesaria y la otra no… Tela. Y lo más dramático de este tema es que no solo hay vacíos legales que aprovechan las pseudociencias como la homeopatía para establecerse, sino que además tienen una opinión favorable por parte de la sociedad que no llega a entender su peligro, legitimada por ciertos “profesionales” sanitarios.
El posmodernismo en el que estamos incrustados, con su ética del ‘todo vale’ y del ‘no existen verdades absolutas’ ha hecho que se cuestione la ciencia y que se le den concesiones a los que lo hacen. Ha transformado un panorama científico-social de seguridad y progreso en una situación, en determinadas circunstancias, de subdesarrollo. Ha impregnado y enturbiado cualquier despunte de conocimiento en cultura científica. Creo que es momento de poner a funcionar nuestras mentes y nuestras conciencias para darnos cuenta de que la ciencia no tiene cabida en este concepto. Es hora de sancionar a todos aquellos que se les llena la boca hablando absurdeces y desprestigiando al motor de nuestro desarrollo, de inculcar el pensamiento crítico en la sociedad.
Porque un padre no tiene el derecho a no vacunar a su hija. Porque un médico no tiene el derecho a recetar homeopatía. Porque otros no tienen derecho a jugar con nuestra salud y nuestras vidas. Porque no todo vale.