Vítores de emoción. Silencio. Un teclado rojo y un único foco blanco sobre el escenario. Pablo López. Magia. El pabellón del Gran Canaria Arena se rindió el viernes, 16 de agosto, ante el mago del piano. Susurran los primeros acordes de Unikornio. «Yo no quiero que me perdones que siempre llego un poco tarde», bromea al retrasarse unos minutos.
Suena Dónde y Suplicando. El público canta. El cantante interpreta a continuación uno de sus temas más conocidos, Hijos del verbo amar, haciendo la percusión con sus manos en el piano. Invita al público a vivir un amor libre y a no temerle a la rebeldía en la búsqueda de la felicidad.
López al piano y la banda acompañando. Lágrimas y cantos al unísono: «No soy más que un niño, con los pies descalzos». El patio fue del público.
En una estampa menos habitual, el malagueño se reúne con su equipo en la otra parte del escenario. Luces apagadas y guitarra en mano. Primero, Mama no, y luego, Te espero aquí. Se crea un ambiente único. Un instrumento, su voz y su sencillez característica fue lo único que necesitó el malagueño para emocionar a más de tres mil asistentes.
Entre tema y tema, el cantante comparte anécdotas y reflexiones de sus canciones. Con cada verso y acorde demuestra, una vez más, porqué es uno de los mejores cantautores de su generación. Entre canciones más recientes, como Quasi, otras más antiguas, como El Mundo, aprovecha para hacer un recorrido musical por sus diez años de carrera.
Pablo López es uno de esos artistas que dicen lo que sienten y te hacen pensar. De esos que te hacen llorar y saltar hasta la última canción de la noche. Mira cómo bailan para el tiempo y el cantante se despide junto a su banda. Deja tras de sí el eco de una noche inolvidable. Qué bonita la vida.