La textil es la segunda industria más contaminante después del petróleo, produce alrededor de 150 mil millones de prendas de ropa al año y genera casi un millón de toneladas de residuos anuales. Es un problema real, que daña el Planeta tanto en el proceso de producción, durante la transportación y venta. Pero, especialmente, cuando termina la vida útil del producto. Los rastros solidarios se han convertido en una pequeña solución a este dilema, en estos establecimientos de segunda mano se venden ítems a los que se les da una segunda vida. Se trata de uno de los proyectos que lleva a cabo la entidad Obra Social de Acogida y Desarrollo (OSDAD), una asociación no lucrativa que ayuda a cualquier individuo en situación de necesidad.
Esta organización lleva más de treinta años ayudando a la ciudadanía canaria a escapar de su situación de pobreza y exclusión social. Una de las formas para llevar esto a cabo es a través de los rastros solidarios. Algunos se dividen en ropa, libros y tiendas de muebles, pero lo que tiene más éxito y más clientes obtiene son las seis tiendas de prendas de segunda mano. El Rastro Especial, el Padre Fernando, La Pelota, el Santa Isabel y el Alonso Quintero, todos situados en Las Palmas de Gran Canaria, excepto el de Jinámar, que se encuentra en Telde.
Hace años, comenzó la moda de las tiendas de ropa vintage para recuperar prendas del pasado. En los rastros solidarios lo que está de moda es reciclar y ayudar a quienes más lo necesitan. Inma Castro, coordinadora de los comercios, indica que uno de los objetivos es «regalarle ropa o muebles a las asociaciones de trabajadores sociales que traen a gente necesitada, para que puedan salir adelante, sin pagar nada a cambio». Por otro lado, también es una forma de financiar la propia entidad, ya que esta es independiente del Estado. La coordinadora comenta que «nuestra prioridad es que la ropa esté en buen estado, sin agujeros, olores fuertes, sin manchas de lejía ni que el tejido esté desfasado». Además, admite que hay prendas de ropa con pequeñas manchas que bajo unos criterios sí se aceptan. Por ejemplo, en caso de que la prenda esté en perfecto estado o que se trate de una marca cara, consideran que quien la compre puede quitar la mancha lavándola en casa.
«No venimos aquí a ganar dinero, sino a enriquecer el corazón y la mente»
El aspecto menos importante de estos rastros son los precios, ya que el objetivo de la asociación no es generar grandes cantidades de dinero. «No venimos aquí a ganar dinero e inflar nuestras cuentas bancarias, sino a enriquecer el corazón y la mente. Trabajo por quien no tiene nada, no por mí misma», confiesa. Asimismo, asegura que el dinero recaudado va íntegramente para la obra social, para la comida y las medicinas de residentes, para los cuidados físicos y mentales, la parte administrativa, además de los sueldos de toda la plantilla.
Estas tiendas tienen productos como cualquiera que te puedas encontrar en un centro comercial: zapatos de todas las tallas y colores, chaquetas de cuero, vestidos de marca o bolsos para salir de fiesta. Son establecimientos en los que puede comprar cualquiera sin ningún tipo de discriminación o vergüenza. Castro destaca que a las tiendas va todo tipo de público, desde amas de casa, estudiantes, turistas, las familias con pocos recursos, además de quienes van porque les gusta la ropa de segunda mano. «La mitad de la clientela es gente que está en riesgo de exclusión social y la otra mitad es gente que compra por ocio o que lo utiliza como modo de trabajo», explica.
En cada localización está a cargo una persona distinta. Mónica Alvear es una de las trabajadoras del Rastro Solidario Especial, mantiene el orden en la tienda y atiende a quienes entran a comprar ropa. En ocasiones, hay gente que se presta voluntaria para ayudar en la tienda obteniendo nada a cambio, además de residentes de la asociación que a veces echan una mano. «Nuestro día a día es muy movido, es uno de los rastros más concurridos que tenemos», asegura Alvear.
En cuanto al trato de la clientela admite que, por lo general, se saben comportar, excepto por algunas personas que vienen más alteradas, pero ella ha aprendido a tratarles con educación y tranquilidad. «Entiendo a mis clientes, aunque no tengan la razón siempre la tienen», aclara. Al contrario que otras tiendas que no tienen unas ventas estables, en el rastro siempre «vendemos un montón, sobre todo los primeros días de cada mes que es cuando la gente cobra». Además, destaca que en estos se pueden encontrar tesoros que en las tiendas normales no están.
«Me llena mucho verles salir de la tienda felices»
Hay quienes ven el rastro como una forma de ganar dinero y van a las tiendas a comprar ropa para revenderla. No solo para lucrarse en los mercadillos o mandarlos a sus países de origen, «vienen niñas para comprar y vender en sus colegios y entre sus amigas». Alvear admite que su trabajo lo lleva a cabo con mucho amor y que le encanta ver que la gente sale de la tienda feliz. «Es calidad humana, me llena mucho que con dos euros se puedan comprar un outfit que les alegra la semana», subraya.
La clientela crea una relación cercana y amigable con Alvear, en muchos casos ella recuerda sus nombres y conoce sus historias. Por ejemplo, Papis Ahmed, un cliente habitual que revende y regala la ropa en su país natal desde hace más de un año y medio. «Compro entre cincuenta y cien euros de ropa hasta llenar tres cajas y se la doy a amigos míos que regresan a África en barco para que las lleven a mi asociación», manifiesta. Asimismo, admira el papel del comercio y la acción social que lleva a cabo: «Es muy importante el papel del Rastro Solidario, gracias a su ayuda nos podemos permitir prendas que de otra forma no podríamos».
Hay personas como Mónica Alvear, Inma Castro o Papis Ahmed que han aprendido a tener un rol responsable en la vida útil de la ropa. Comprando segunda mano, trabajando para hacer posible el reciclaje de las prendas o motivando su reutilización. La asociación OSAD no es la única que cumple una función medioambiental obteniendo, al mismo tiempo, beneficios para ayudar a gente con pocos recursos, pero sí es una de las pocas que hay en las Islas. Un movimiento que en los últimos años ha crecido, aunque todavía queda mucho por enseñar a la ciudadanía canaria.