Desde nuestros primeros pasos nos han grabado a fuego el no confiar en quien no conocemos ni, mucho menos, en alguien que desprende una amabilidad un tanto superficial. De ahí que la confianza sea un bien tan codiciado y una de las pocas cosas en la que las grandes cantidades de dinero apenas pueden intervenir. Además de ser un bien o servicio intangible, se trata de un valor emocional y psicológico capaz de dominar las decisiones y actuaciones de nuestro ser. Ahora, te pregunto ¿en quién confiarías tu vida?
Quizás en tu mente han aparecido más de un nombre, o has tenido la gran suerte de pensar en tan solo una persona. No, no te voy a desvelar un significado celestial o del tarot, solo quiero que te imagines lo que, para ti, significa confiar. Porque cuando hablamos de este concepto solemos poner como ejemplo el sentimiento de creer en que alguna persona de tu vida no la concibes como una fuente de traición, engaño y que, por ello, te sientes afortunada por haberla conocido.
Si continuamos definiéndola, es un sentir que para lograrlo o ganarlo es una constante subida en bicicleta cuesta arriba y que se puede perder con tan solo soltar los pedales, aún estando en la cima. Esta sensación de cercanía o familiaridad es el condimento más importante en cualquier tipo de relación afectiva.
«Pocas veces nos paramos a meditar en la única expectativa de traicionarnos a nosotras mismas»
Sin embargo, siempre pensamos en todas las posibilidades existentes en la que nos podrían traicionar, pero pocas veces nos paramos a meditar en la única expectativa de traicionarnos a nosotras mismas. Le otorgamos mayor importancia a ganarnos la confianza del resto, pero no nos focalizamos en el nivel de confianza que depositamos en nuestro yo interno. En esa seguridad tan relevante para tomar las decisiones con las que, poco a poco, construimos nuestro sendero vital.
Nos aterra más el pensar que nuestra pareja o amiga nos puede engañar o defraudar y que, por ende, tendremos que alejarnos de ellas, que el hecho de no creer en nuestras capacidades, destrezas, aptitudes, virtudes… y explotarlas tanto como sea necesario para conseguir estar donde nuestra alma nos empuja.
Hemos caído en el cuento de no morder la manzana roja que alguien nos pueda ofrecer y nos hemos olvidado de que, quizás, estamos delegando el poder de confiar en nuestro ser a otra persona por miedo a quedarnos acompañados de la soledad. Quizás ya hemos mordido la manzana perfecta, pero envenenada.
Te vuelvo a preguntar, ¿en quién confiarías tu vida?