Qué rica está la comida caliente de Mamá. Despertar con el olor a café recién hecho de Papá o saber que al llegar a casa, te estarán esperando siempre con una sonrisa. Qué bonito es llegar y tener a alguien que te pregunte qué tal el día, si estás bien o si tienes hambre. Simples cuestiones que he reflexionado quizá un poco tarde. Qué incomprendida era cuando pensaba que eran profundamente intensos conmigo. Qué incrédulo saber que lo que un día me sobraba, hoy lo hecho tan en falta.
Muchas veces, al llegar la noche deseo cerrar los ojos y despertar en mi cama de siempre, en la de toda la vida. En desayunar con las pequeñas patas de mi perro sobre mi regazo deseando que se me caiga la más mínima miga de pan, o con mi hermano molestándome por cualquier cosa. Ya saben, nuestras cosas. Deseo muchas veces las caricias de mi madre o las conversaciones con mi padre. Deseo tener lo conocido cerca, con lo que crecí. Mi hogar.
Sin darnos cuenta crecemos. La vida pasa más rápido de lo que creemos, y el tiempo, que cuando era pequeña pasaba tan lento y ansiaba siempre la llegada de las cosas, ahora corre. Ahora todo es un frenesí. Echo la vista atrás y todo ha ido más rápido de lo que creía. Y qué impotencia. He tenido que darme cuenta tras irme. Hace dos años emprendí la difícil tarea de irme de casa persiguiendo sueños. Nos vamos sin saber si volveremos. Nos vamos con miles de miedos y a la vez con miles de emociones. Todo es nuevo, y te vayas cerca o lejos, el cambio siempre está ahí.
«No quiero vivir con sabor a poco»
Según la Real Academia Española de la Lengua, irse se entiende como «Moverse de un lugar hacia otro apartado de la persona que habla». Pero realmente ¿Me he ido? No lo creo. Irse es un concepto mucho más profundo que el simple hecho de no estar ahí. Irse supone, muchas veces, olvidar. Y yo no he olvidado de dónde vengo. No he olvidado a mi familia. No he olvidado mi isla y no está en mis planes hacerlo. La vida es corta, demasiado corta, e irse muchas veces es parte de la propia vida. La familia siempre estará ahí y aquello que consideras hogar siempre lo será. Lo importante es no tener miedo y saber que quizá lo que viene es mejor que lo que dejas. La fortuna siempre va del lado de los que se atreven. Eso es lo esencial.
Por supuesto. No soy la primera persona que debe marcharse de casa para poder estudiar aquello que quiere. Ni tampoco seré la última. Irse es como una especie de montaña rusa. Muchos sentimientos positivos y a la vez muchos sentimientos de nostalgia. Aún recuerdo el día en el que llegué, sin saber dónde me estaba metiendo y sin tener claro si sería feliz aquí. Recuerdo el último abrazo de mi hermano. Nunca se me olvidará. Las lágrimas caían por mis ojos, porque aunque estuviese cerca, parte de mi corazón se quedaba en casa.
Aunque me ponga nostálgica al pensar en todo esto, nunca podré decir que me arrepiento. Esta ha sido la mejor decisión que he tomado. De hecho, me cojo el atrevimiento de animar a quien se lo esté pensando. Si tienen la posibilidad, háganlo. No importa qué tan apegado estés a tu lugar de origen, los cambios siempre son a mejor y aunque cueste, todos los esfuerzos tendrán una grata recompensa.
Todo esto me ha hecho crecer, ha supuesto que la niña, que llegó hace dos años, se haya convertido en una mujer sin miedos, decidida y con la suficiente responsabilidad para independizarse. La vida se trata de eso, de cambiar, de dejar ir. Muchas veces vivimos anclados en el pasado, con ciertos miedos y cierta culpa. Lo más importante es tener claro que no podemos quedarnos con las ganas, que si queremos estudiar algo que no está en tu lugar de residencia, intentes por todos los medios perseguir ese sueño. Vale la pena.