Desde hace más de dos siglos, Canarias se postula como una de las localizaciones favoritas a nivel mundial para las observaciones astronómicas. Con una ubicación geográfica privilegiada, alejada de las luces urbanas y principales fuentes de contaminación, la región ofrece algunos de los cielos más puros y oscuros tanto de Europa como del mundo. Estas características se traducen en una visibilidad excepcional para observar, analizar y capturar imágenes de cuerpos celestes.
No obstante, todas estas ventajas corren un peligro que, para muchas personas, es desconocido. Con el desarrollo del mundo moderno, la evolución de las ciudades y los continuos avances tecnológicos, está pasando desapercibido un problema sutil pero significativo que afecta la vida en la Tierra: la contaminación lumínica.
Este fenómeno se refiere al brillo o resplandor de la luz artificial en el ambiente nocturno que es excesivo, que está mal dirigido o que es innecesario. En su mayoría, esta luz sintética emitida por farolas, letreros luminosos, luces de seguridad y, en gran parte, por edificios y rascacielos, afecta de forma negativa a determinadas investigaciones científicas y genera multitud de impedimentos a los seres vivos, perjudica la salud de las personas y favorece el cambio climático.
La Fundación Starlight es una organización fundada en 2007 por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) dedicada a la protección y promoción de la calidad de los cielos nocturnos que, entre otras cosas, lucha por mitigar la contaminación lumínica. Su directora, la doctora Antonia Varela, apunta que el 83 % de la población mundial vive bajo cielos sobre iluminados y que el 23 % de la superficie terrestre se está viendo afectada. Además, añade que esta problemática está aumentando su valor un 9,6 % cada año.
Impacto en la ciencia
Para poder observar objetos débiles y lejanos en el universo se requieren unas condiciones naturales y ambientales muy específicas. En primer lugar es esencial contar con un cielo oscuro y libre de poluciones atmosféricas. Es por eso que, en su mayoría, los observatorios astronómicos están ubicados en lugares remotos y elevados. En el caso de Canarias, contamos con el Observatorio del Roque de los Muchachos ubicado a 2396 metros de altitud en La Palma y con el Observatorio del Teide situado a 2390 metros de altitud en Tenerife.
Con el avance de la tecnología y el desarrollo de las ciudades, estos centros astronómicos temen verse afectados por la sobreiluminación en un futuro no muy lejano, ya que la contaminación lumínica cada vez afecta más a estas áreas aisladas. «Ese era uno de los principales beneficios, que eran remotos. Pero ahora resulta que nos estamos encontrando con una polución energética que viaja cientos de kilómetros», declara la también investigadora del IAC.
Aún así, cabe destacar que los observatorios canarios, cuentan con factores ambientales que juegan a favor de la protección del firmamento. Muchas veces, el mar de nubes, tan característico de las cumbres canarias, es capaz de frenar el exceso de luz provocado por las poblaciones más cercanas.
La astronomía amateur es la que más está notando los efectos negativos de esta crisis energética. «El personal astronómico profesional cuenta con una tecnología más avanzada en cuanto a espejos, instrumentos ópticos e infraestructuras, lo que permite observar mejor. Sin embargo, las personas más aficionadas están más limitadas en recursos y se están viendo mucho más afectadas», denuncia Antonia Varela.
Un riesgo para la vida en la Tierra
El mal uso de la iluminación y el consumo energético excesivo generan mayores emisiones de gases de efecto invernadero. Esto ocurre cuando se utiliza energía no renovable para alimentar las luces innecesarias o ineficientes, que, en este caso, suele ser la mayoría de las veces. Asimismo, la contaminación lumínica altera los ecosistemas y afecta a la biodiversidad, lo que puede interrumpir los ciclos naturales de luz y oscuridad, afectar a los hábitats e incluso alterar el clima. «Como solemos decir en la Fundación Starlight: Mitiga el cambio climático y recupera la luz de las estrellas», subraya Varela.
En Canarias, al no contar con grandes mamíferos ni reptiles, las especies que más se ven afectadas son las aves marinas. En especial las pardelas. «Las Islas son zonas muy importantes para este tipo de especies, ya que llegan al Archipiélago después de haber recorrido miles de kilómetros por el océano para poner sus huevos», explica Julia Hernández, voluntaria de la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza (ATAN).
«Al volar largas temporadas por el océano, las aves marinas cuentan con una sensibilidad en los ojos que les permiten ver con facilidad en la oscuridad. Por lo que, al llegar a las costas altamente iluminadas, muchas de ellas caen al suelo cegadas. Algunas mueren al caer, otras terminan con heridas graves y, por suerte, muchas otras consiguen aterrizar en el mar», declara la voluntaria de ATAN Katiuska González. Aunque es cierto que existen algunos tipos de aves que consiguen adaptarse a estos fenómenos, como la gaviota patiamarilla.
En cuanto a los seres humanos, la sobreexposición lumínica puede acarrear problemas de salud que, en muchas ocasiones, no se ven a simple vista. «A las personas nos afecta, sobre todo, en los factores biológicos y hormonales ligados a los ciclos circadianos de 24 horas», alerta Antonia Varela. Estos ritmos biológicos regulan diversos procesos fisiológicos de los seres vivos y están influenciados por factores como la luz y la oscuridad. Al alterarse pueden causar efectos negativos en la salud como trastornos del sueño, enfermedades cardiovasculares o trastornos tanto metabólicos como del estado de ánimo.
La Ley del Cielo
Con el objetivo de proteger y preservar el firmamento, Canarias se convirtió en una región pionera al implementar la primera Ley del Cielo, una legislación diseñada para regular la contaminación lumínica y garantizar la calidad de los cielos nocturnos que, además, inspiró leyes en otras comunidades y países como Chile y Hawái. De esta forma, estipula restricciones y promueve la eficiencia energética en el alumbrado público, además de establecer zonas de protección astronómica.
No obstante, la Ley 31/1988, de 31 de octubre, sobre Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias, está diseñada tan solo para proteger zonas muy concretas de alto valor científico. Por lo que, nada más afecta a La Palma y a la mitad de Tenerife que da hacia ella. «Es cierto que estamos trabajando en un decreto para todo el Archipiélago, pero ahora mismo solo existe un anteproyecto de ley que está parado. Ojalá en algún momento llegue a dinamizarse», añade la doctora Varela.
Sin embargo, explica que el crecimiento de la contaminación lumínica demuestra que se necesitan medidas más estrictas y urgentes. La implementación de regulaciones adecuadas no solo protege los observatorios, sino que también resulta en ahorros energéticos y económicos, así como en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. «En Starlight asesoramos y ayudamos a todas las instituciones que están interesadas en sumarse a la causa y proteger tanto la belleza como el valor medioambiental, cultural y científico de nuestro firmamento», destaca la directora de la Fundación.
«A veces basta con apagar la luz»
En este sentido, resalta la importancia de que la ciudadanía participe de forma activa para abordar este problema: «A veces basta con apagar la luz o cerrar las persianas por la noche, puesto que gran parte de la sobreiluminación proviene de los edificios y rascacielos, ya sean residenciales o de oficinas, así como de carteles luminosos y escaparates publicitarios».
De esta forma, se deben apoyar y cumplir las regulaciones existentes, reducir la intensidad de la luz en el alumbrado exterior y utilizar luces cálidas adecuadas durante la noche y que reduzcan el estrés ocular. Además, es importante denunciar todas aquellas practicas que puedan poner en riego tanto la astronomía como a la salud humana, la biodiversidad y la cultura asociada al cielo.