Al menos 483 personas fueron ejecutadas en 2020, sin contar con más de un millar en China. Foto: PULL

Que muera la pena de muerte

Opinión

Ya lo dijo una vez Mahatma Gandhi: «Ojo por ojo y el mundo acabará ciego». Apelaba a las consecuencias tan negativas que tiene la venganza y, sobre todo, a la  inutilidad de esta. En la actualidad, son muchas las sociedades que se ven marcadas por las injusticias. Y es que en demasiadas ocasiones se ejerce la venganza. Un claro ejemplo está en la pena de muerte. Que hoy en día siga existiendo ese tipo de acto y que, además, esté legalizado, solo demuestra lo fácil que es entender el mensaje de Gandhi y lo difícil que es aplicarlo. Resulta incomprensible que en un siglo en el que prima la defensa de los derechos humanos se vulnere el más fundamental que hay: el de la vida.

Según Amnistía Internacional en el Mundo hay cerca de 27 mil personas en el corredor de la muerte esperando su condena. Los países que llevan a cabo estos actos suelen hacerlo mediante métodos como la decapitación, electrocución, ahorcamiento, inyección letal y fusilamiento. Esto, sin duda, traslada nuestras mentes a las penitencias propias de los siglos anteriores. Sin embargo, estas ejecuciones han evolucionado a medida que lo iba haciendo la sociedad, llegando a estar presente hoy en día en las líneas legales de muchos estados.

En 92 países existe una pena de muerte regulada por ley y, aunque en muchos otros la actividad no está regulada, se lleva a cabo de igual forma. ¿En qué cabeza cabe que sea legal que ciertas personas decidan si otras viven o mueren?

«La venganza no es una solución viable para prevenir crímenes»

Se piensa comúnmente que una condena de muerte es fruto de un crimen atroz. Es verdad que en países desarrollados como Estados Unidos, los  que todavía mantienen esta pena si la usan bajo delitos de gran gravedad, como son asesinatos en serie o violaciones en masa. Sin embargo, en países menos desarrollados como Sudan o Irán, se puede condenar a muerte a una mujer por el simple hecho de tener relaciones sexuales consentidas fuera del matrimonio. Por lo que cada país puede decidir a su antojo qué clase de delito merece una defunción. Es un acto espantoso que se ejerce sin control ninguno, se decide sin más qué se condena y a quién.

Es verdad que hay delitos que enfurecen la opinión publica y hacen inevitable cuestionarse una pena de muerte. Alfredo Garavito violó y asesinó a casi 200 menores en Colombia de 1992 a 1999 y hoy en día cumple condena en una cárcel de Valledupar. Es estremecedor pensar la de vidas que arrebató ese ser, y la de sufrimiento que sigue provocando hoy en día a tantas familias. Cualquiera en su sano juicio diría que hay que hacerlo pagar con su propia medicina. A mí también me es imposible no pensarlo mientras escribo estas líneas. Pero, ¿a dónde llega esa sed de venganza? ¿Realmente apaciguara el dolor de las familias que Garavito sea electrocutado?

La venganza no trae de vuelta a las víctimas, ni calma el dolor de sus familiares. No es una solución viable para prevenir una ola de crímenes en una sociedad. Es más, apoyarla por un caso atroz solo trae consigo la oportunidad de que muchos países la lleven a cabo en casos demasiado absurdos. Son severos los países, sobre todo en Asia o África, en los que se lleva a cabo una pena de muerte por hurtos o por choque de ideas políticas.

Hay que ser consciente de que si alguien la apoya por un acto determinado, también la está justificando para cualquier otro, sin importar qué grado de atrocidad trate. Además, nadie es capaz de plantearse que, si matas a una persona porque ya mató, estarías rebajándote a su mismo nivel.

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