En una tarde calurosa de verano, de esas en la que los pensamientos divagan sin ningún propósito, nació en Carmen Cuarzo un pasatiempo que terminaría convirtiéndose en una pasión. Originaria de Santa Cruz de Tenerife, la escritora con varias publicaciones a sus espaldas recuerda cómo en plena adolescencia cogió un lápiz y un papel sin motivo aparente pero que, sin darse cuenta, la llevó a un mundo de infinitas posibilidades, con lo que siguió escribiendo por pura diversión. De esa tarde hasta ahora ya han pasado 20 años.
De profesión, fantasma de Hubert Monteilhet, El príncipe de la niebla de Carlos Ruiz Zafón, Escribir de Marguerite Duras y La otra orilla de Julio Cortázar fueron los cuatro libros que marcaron su porvenir como escritora: «Al leerlos sentí la necesidad de mejorar, de que mis textos fuesen algo más que ocurrencias. Fue entonces cuando comencé a formarme», confiesa.
Cuarzo, fiel conocedora de que la práctica hace al maestro, le suele dedicar un promedio de dos a tres horas todos los días a la escritura. Incluso subraya que, aunque no se tenga inspiración se debe trabajar con regularidad, ya que la imaginación según ella, debe ser combinada con buenas dosis de autodisciplina y el buen uso del tiempo, tanto así como aquel conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas y su obsesión, casi enfermiza, por aprovechar cada segundo.
«Primero realizo un esquema de la historia y a partir de ahí dejo que todo fluya»
Muchas personas escriben con arrebatos, de esos que te hacen despertar a las tres de la mañana de un sábado para escribir un inicio sin conocer el final. Otras, más cautas, planifican todo el entramado creativo pero que, así como un boceto, luego definirán los trazos más gruesos, hasta que el resultado sea una obra completamente diferente a la que figuraba ser en un principio. Carmen Cuarzo, por su parte, suele combinar las dos formas. Amante de la escritura creativa, tiende a realizar un esquema de lo que será la historia y luego sus propios protagonistas se construyen a sí mismos en una fluidez que la lleva al desenlace.
Desde 2010 hasta el día de hoy ha publicado tres libros de cuentos, una novela corta, una antología, una guía sobre la creación de relatos cortos, otra referente a la autopublicación y una tercera de creación literaria. Entre algunos de sus títulos figura dentro del género de relato corto Delicias amargas, o la antología La mujer hecha verso: Diecinueve poemas creados por mujeres, etc.
La escritora, con una perspectiva positiva, declara que quien lo decida puede vivir plenamente de la escritura. Incluso ante la pregunta sobre si en Canarias se dificulta más esa labor, responde que «con el paso de los años he visto que la situación geográfica no es garantía de tener más o menos éxito, sino que depende en gran medida de la habilidad que tenga el escritor o la escritora para encontrar a su público objetivo, a la editorial adecuada o a ambos».
La autopublicación le permite mayor libertad
Por su parte y por pura preferencia sin ánimo de desprestigiar, elige siempre la autopublicación antes que a la editorial. Según ella, el control y dominio que posee sobre sus obras le otorga cierta seguridad. Disfruta de la escritura, podría decirse, pues, en todo su esplendor, ya que vive el proceso desde la idea, pasando por la plasmación hasta la distribución.
La lectura, que desde tiempo inmemoriales ha sido el único billete gratuito a un viaje de ida, ya que al terminar de leer no se es la misma persona antes del mismo, ve hoy en día un mundo fluctuante que varía de formato, pero no de esencia. Para Nabokov el buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, diccionario y cierto sentido artístico. A Carmen, por su parte, le gusta que cuando lean sus obras saquen sus propias conclusiones de lo que se está leyendo y no sean meros espectadores de la acción: «Es un ser inteligente y merece ser tratado como tal».
La escritora, que se encuentra ahora trabajando en la publicación de nuevos cuentos y de la preparación de su próximo libro de relatos, Duermevela, vive con pasión todas las vertientes de la escritura, desde que la conoció aquella tarde de verano.