En la costa del municipio tinerfeño de Adeje, en Tenerife, a los pies del mar y bajo la vigilancia del Pico Viejo, se encuentra el pueblo de La Caleta. En él se esconde una de las calas más desconocidas de la Isla, la playa de Diego Hernández. Se trata de una de las playas más salvajes del Archipiélago: aguas cristalinas y de tonalidades turquesa, arena dorada y un paisaje que ofrece increíbles vistas a la isla vecina de La Gomera. Diego Hernández es, sin duda, una de las joyas ocultas en lo más profundo de Tenerife.
El 15 de mayo del año 2000 fue publicado y aprobado en el BOC el texto que incluía a La Caleta como zona de interés científico. Este atractivo recae en las aves marinas que allí habitan, aunque, no se puede dejar atrás la geología de esta parte de la Isla, asociada, entre otras cosas, a diferentes culturas aborígenes. En el pasado, gracias a disponer de una pequeña cala natural, fue punto de embarque del municipio de Adeje, por lo que sufrió la construcción de las actuales urbanizaciones turísticas de su alrededor.
Una de las zonas con mayor riqueza en biodiversidad de Canarias
Pero, ¿por qué es tan especial este lugar? La playa de Diego Hernández alberga, en particular, gran variedad de vegetación. El catedrático de Botánica Marcelino del Arco explica que esta zona pertenece «a un distrito con condiciones realmente difíciles para que crezca la vegetación, ya que se trata de un desierto». Una zona desértica en la que la vegetación muestra su máximo esplendor: tabaibas dulces que recorren el terreno junto a curiosos cardones que observan desde lo alto.
La vegetación de esta zona es fascinante, con un origen muy antiguo. Refleja una de las mayores riquezas de biodiversidad en Canarias. Pero no toda su fortuna se encuentra en el exterior: acariciando la orilla del mar, y gracias a la salinidad que ofrece la playa, se encuentra «la comunidad del cinturón halófilo costero de ambientes rocosos», revela el catedrático.
Aunque lo más asombroso de este sitio pueda ser, a simple vista, sus aguas cristalinas y su envidiable clima, con unas temperaturas medias anuales en torno a los 20’6 grados, las aves son el factor más importante.
La pardela cenicienta es el ave más común de la zona. Esta especie suele aparecer en el mes de octubre, cuando las jóvenes se lanzan a volar desde la zona del Barranco del Infierno en busca de mar. Muchas de ellas caen por el efecto de la luz y no consiguen llegar a su destino. La técnica superior del área de Medioambiente, Playas y Sanidad del Ayuntamiento de Adeje, María Belén de Ponte, explica que han llegado a rescatar «entre 400 y 500 pardelas en el periodo de un mes y medio, solo en este municipio».
La conservación de los espacios naturales está en la manos de la ciudadanía
Las aves que han vivido en Diego Hernández, con la antropización, se han visto desplazadas, incluso, muchas de ellas se han trasladado hacia el campo de golf. Al igual que las aves, la vegetación se ha visto afectada por la transformación del suelo, debido al uso del territorio. Muchos quieren disfrutar de los regalos de la naturaleza, pero «no asumen ni sus obligaciones ni sus deberes con esos espacios, y eso es una tarea que hay que afrontar», concluye De Ponte.
Durante el periodo de confinamiento se pudo ver como muchas de las aves que habían desaparecido de la zona, debido al tránsito de personas, volvieron a la playa. La naturaleza recuperó su territorio. Las zonas protegidas son vistas por la ciudadanía como territorios prohibidos, y es todo lo contrario. La preservación de los espacios naturales está en las manos de los ciudadanos que transitan por ellos. En definitiva, solo el que conoce el medio podrá cuidarlo.