Desde que leí por primera vez El hombre que fue jueves en segundo de Bachillerato, la figura de G.K Chesterton se ha colado de forma sorpresiva en mi casa, como si se tratase de la aparición de un fantasma de las lecturas pasadas. Esto, aunque lo parezca, no es ningún suceso sobrenatural. Más bien es culpa de mi hermano, el cual llena su mesa de noche con los mejores títulos del escritor británico y me incita a indagar en sus páginas. Y es que, sin ser de mis favoritos, es un autor cuya particular escritura tiende pulcras manos que son fáciles de estrechar.
El hombre que sabía demasiado es un compendio de relatos policiales en los que siempre se ve inmiscuida la figura de Horne Fisher, un caballero con unas capacidades deductivas que recuerdan a las del mítico Padre Brown, con una leve diferencia en el planteamiento que hace que los notemos como dos personajes similares, pero a la vez contrapuestos. Esto se debe a que, mientras que las resoluciones de los casos del Padre Brown siempre ponen a los asesinos en una posición delicada ante la justicia o ante sus valores morales e ideologías, las de Horne Fisher son indemostrables, por lo que el criminal nunca paga por su crimen.
Como me pasa con todo los relatos de Chesterton, no me importa tanto el final del mismo ni la historia que se cuenta en sí como las reflexiones de los personajes, la capacidad de trabajar las frases para que alcancen una complejidad filosófica y a la vez literaria que es irresistible para ejercitar la mente. Las tramas se suceden sin que el personaje principal repercuta en las mismas, siendo esto una pesada cruz que carga, pues su ingenio solo sirve para ser el estímulo de la persona que lo escucha, que compartirá con él el peso de la verdad.
-Nadie sabe la verdad excepto usted y yo-contestó Fisher suavizando ligeramente la voz-. Y no creo que usted y yo lleguemos nunca a reñir por ello.
-¿Qué quiere decir?-preguntó March con voz alterada-. ¿Qué ha hecho usted con respecto al caso?
Horne continuó mirando fijamente como se formaban los remolinos en el agua. Al fin dijo:
-La policía ya ha probado que fue un accidente de automóvil.
-Pero usted sabe que no fue así-insistió March.
-Ya le dije que yo sé demasiado-contestó Fisher con la mirada perdida en el río-. Sé eso y otras muchas cosas.
El desarrollo del protagonista entre relatos es nulo. Únicamente es presentado como una figura con una gran inteligencia, pero sin ningún atisbo de personalidad real. Más bien, parece que fuera un concepto humanizado. Y es que los escritos del autor inglés buscan con frecuencia provocar preguntas y dudas en la mente del lector, siendo muy disfrutables para una lectura pasiva, pero que cobran una dimensión diferente si los enfrentamos desde la postura de un receptor activo. El triunfo de sus mundos literarios se debe a que las historias son mentiras piadosas con las que encubre diferentes contraposiciones de ideas a las que enfrenta.
Una técnica depurada que le permite contar mucho con poco. Figuras literarias, retóricas o paradojas plasmadas con tal destreza, que convierten cada línea en un disfrute similar a observar un cuadro con la finalidad de encontrar todos sus detalles ocultos y que estos sean la llave a la puerta a la psicología que nos quiere transmitir. Una lectura muy recomendable, aunque puede que te deje algo frío si eres un lector asiduo de G.K Chesterton.
Atravesó la hierba en dirección al embarcadero cercano sintiendo todavía por todas partes de su alrededor, bajo la cúpula de aquel dorado atardecer, el sabor añejo y la resonancia de aquel jardín hechizado por el río.