Hay personas que si nos pagaran por todas las veces que hemos dejado algo para última hora, estaríamos haciendo donaciones millonarias a la lucha contra el coronavirus. Y sí, me incluyo, puesto que el simple hecho de realizar una lista de tareas y cumplirlas, en mi caso, puede convertirse en una misión casi imposible. Estoy hablando de la acción de diferir o aplazar, que según la mayoría de diccionarios es a lo que llamamos procrastinar.
Precisamente estaba evitando, inconscientemente, ser responsable cuando descubrí Inside the Mind of a Master Procrastinator. Se trata de una charla de TED que comienza con su ponente contando una experiencia universitaria muy similar a la mía, lo cual conseguiría que me sentara, al fin, a escribir esto que leen. Tim Urban se considera un experto en procrastinar, además de ser escritor y uno de los fundadores del blog Wait But Why, donde ha publicado varios artículos sobre este tema que he leído para informarme más (o retrasar un poco más el proceso de redacción).
Tras los dieciséis minutos de vídeo comprendí que, por lo general, el cerebro de un individuo que procrastina es exactamente igual al de alguien organizado, salvo por una pequeña alteración. El escritor lo llamó «mono de la gratificación instantánea», para mí, es básicamente la vocecita que vive en mi cabeza que me recuerda que aún queda mucho tiempo antes de empezar a estudiar para los exámenes y podré ver por segunda vez mi serie favorita. Esa que consigue que el pensador racional, otro de los personajes de esta historia, suelte el timón para entrar en un bucle infinito de hacer lo que no tengo que hacer. Y todo va bien hasta que, de repente, ha transcurrido medio cuatrimestre y… ¿Recuerdas ese proyecto individual que tenías que no has empezado? ¿Sí? pues es para dentro de dos semanas. En ese instante, conoces el verdadero pánico.
Finalmente, consigues entregar el trabajo, justo a tiempo. Pasas toda la noche estudiando para el examen y apruebas. Parece que la estrategia funciona. «No todo va a ser productividad en este mundo» es una frase que sirve para autoconvencerse de que en realidad no es tan mal hábito. Es verdad que conlleva algo más de esfuerzo innecesario que si llevásemos todo al día pero no pasa nada ya que hemos cumplido con el plazo acordado. Como procrastinadora habitual, no podría estar más de acuerdo con este razonamiento. No obstante, Tim Urban propone algo más oscuro a largo plazo, cosa que no esperaba.
¿Qué pasa si no existe una fecha límite?
La respuesta es sencilla, absolutamente nada. En ningún momento hace acto de presencia el monstruo del pánico si ha pasado más de un año desde que dijiste que ibas a sacarte el carnet de conducir. Tampoco aparece en cuanto quieres comenzar a hacer ejercicio o proponerte dejar de procrastinar porque «puedo hacerlo otro día, no pasa nada». Pero eso se convierte en dentro de un mes y sabemos que podrían pasar años dependiendo de lo que se trate. ¿Y si dejas para mañana algo tan importante como trabajar en tu salud mental, desvincularte de alguien tóxico o poner en orden tu vida?
No voy a negar que después de esta breve investigación he buscado tutoriales y leído guías de cómo superar la procrastinación y ser una persona centrada y productiva. Por ahora ha conseguido que escriba este artículo, intercalando alguna que otra pausa para despejar la mente. Lo de ponerme al día, ya lo haré mañana.