Patadas a destiempo, lesiones, insultos a los rivales. Mucha gente piensa que podrían ser los mayores lastres del fútbol. Pese a su gravedad, estas situaciones son comunes dentro del terreno de juego y en muchos casos la calma vuelve tras el pitido del árbitro y en el caso de los daños se trata generalmente de acciones fortuitas. Sin embargo, lo que de verdad mancha este juego aparece cuando se anteponen los intereses económicos a los deportivos, cuando el dinero es el que manda. En el momento en el que se producen amaños.
Recientemente ha salido a la luz una red arreglos de partidos conocida como Operación Oikos, que ha involucrado tanto a jugadores profesionales como a directivos. Su intención era alcanzar acuerdos con diferentes futbolistas para amañar los encuentros y así poder beneficiarse con las apuestas. Lo peor es que no ha sido el único ejemplo ni será el último. Recuerden el denominado Calciopoli, que fue un gran escándalo deportivo que sacudió el deporte italiano y salpicó a los clubes más poderosos del país.
Deportividad no es solo portarse bien, sino competir
Los amaños influyen en el devenir de las jugadas. Cuando un jugador está ‘comprado’, lógicamente no va a jugar a su máximo nivel. Es aquí donde el espectáculo se resiente. Los aficionados pagan grandes cantidades de dinero para ver competición, intensidad y una victoria de su equipo. Al intervenir lo económico hace que se vengan abajo todos los valores del deporte: el respeto, el esfuerzo o el compañerismo.
Muchos niños crecen admirando a futbolistas por su manera de jugar y tienden a imitar todas las posturas que realizan tanto dentro como fuera del campo. Ahora bien, ¿qué pensarían si descubren que sus ídolos son unos farsantes que adulteran la competición? La desilusión que sentirían sería devastadora pues habrían animado con todas sus fuerzas a una persona que no lo importa, podemos decir, el deporte.
Un negocio en auge
El mundo del fútbol ha cambiado una barbaridad y no solo en el nivel físico de los jugadores. Hoy en día se ha convertido en un negocio, en una máquina de hacer dinero. Casi sin quererlo, mientras que en la antigüedad de jugaba más por amor al deporte, en la actualidad han aparecido futbolistas que aprovechan su talento solo para enriquecerse. Los aficionados los llaman ‘mercenarios’, sin embargo el perfil del jugador que amaña partidos es diferente. Generalmente se trata de un jugador de un nivel medio de Primera, Segunda División o de categorías más inferiores. Su salario no es tan elevado como el de las estrellas de este deporte y por ello buscan subir su nivel económico de otra manera, de la forma más ruin.
Pero, no todo está perdido. Entre los cientos de futbolistas que pueblan el planeta, muchos de ellos juegan todavía por pasión. Sí, es su trabajo y cobran por ello, pero lo hacen por amor a la profesión. Además, cumplen las reglas competitivas y siempre buscan la victoria deportivamente. Ellos son los que mantiene vivo el fútbol y los que hacen que sea tan maravilloso. Por tanto, no hay que dejar que nada ni nadie ensucie lo que más amamos. El fútbol es pasión, no solo dinero.