¿Y por qué no? Hace un par de días que oí When we all fall asleep, where do we go, el último trabajo de la cantante estadounidense Billie Eilish, casi un mes más tarde de su fecha de salida. Mi percepción de esta artista ha ido variando con el tiempo. Al principio me llamó mucho la atención con un EP cortito y que planteaba cosas bastante interesantes. Todo iba bien hasta que sin previo aviso alcanzó una popularidad sin precedente, poniéndose en boca de todo hijo de vecino. Ahí es cuando empieza mi problema normalmente.
No es que me las quiera dar de intelectual; creo que el pop es uno de los géneros más importantes para que la música prospere, pero sí que tiene varias cosas que me molestan. Me gusta ser el autor de mis propios descubrimientos, siento satisfacción cuando descubro algo poco conocido y cuando pasa lo contrario y es la sociedad quien me impone a un nuevo ídolo, suelo cerrarme en banda. Mi otra gran molestia es el fanatismo, ya que cada dos o tres años sale el nuevo mejor cantante de la historia. Esto me repele desde el momento en el que tiene una horda de hooligans detrás vitoreando cada gesto que le regala a su audiencia. Pero aun así el disco me gustó, bastante. Esto mismo me pasó con El mal querer de Rosalía o 1016 de Alfred García. Estos tres discos me encantan, pero me resultó muy difícil el acto de querer escucharlos.
Creo que esto tiene que ver más bien poco con la música. Una de las bandas que más me gustan en el panorama del rock español es Carolina Durante, pero su álbum debut me dejó muy frío. Esto me sorprendió también, ya que es una banda con mucha aceptación entre personas que para mi tienen buen criterio musical. Pero la realidad es que a día de hoy no puedo con el disco de este grupo y no paro de escuchar el de Billie Eilish. ¿Por qué?
La dictadura de lo que es bueno y lo que no
Creo que como individuos estamos bombardeados con todo tipo de información de forma constante: qué debemos pensar de esta persona, por qué este es malo y este otro es bueno, etc. La realidad que vivimos está intervenida por jueces morales que nos dictan lo que está bien pensar y los gustos que son homologádamente correctos. Ese es mi problema con Billie Eilish, que su obra está bañada en una adulación popular que me echa para atrás, me cuesta horrores sumergirme en su obra por interés personal cuando todo el mundo le baila el agua.
Me cuesta creerme a los principales políticos y a los grandes influencers por eso mismo, siento que están prediseñados para que me agraden sus palabras. Supongo que serán cosas mías; aunque quiero pensar que no, pero me gusta que la cultura que consumo (y si, la política también es un fenómeno cultural) sea un poco difícil de digerir. No quiero que nadie me avasalle recomendándome que debo escuchar o qué ideología casa con mi forma de pensar.
Supongo que también, según vaya madurando, aprenderé a separar una obra concreta de la opinión que tenga la sociedad de ella, sea en el campo que sea. Mientras tanto me centraré en tirar mis propias barreras musicales y ser menos prejuicioso con Billie Eilish y compañía.