La comunidad científica señala las vacunas como uno de los mayores avances en contra de las enfermedades de la historia. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha situado para este 2019 el rechazo a la vacunación como una de las diez mayores amenazas para el Planeta. Por ello, las hermanas María y Elena Alcover, estudiantes de los grados de Medicina y Matemáticas en la Universidad de La Laguna, respectivamente, han decidido investigar las causas y las consecuencias de este movimiento que crece cada año de manera exponencial.
El sarampión es una enfermedad que está rebrotando con fuerza en medio mundo debido a este movimiento. ¿Esta amenaza afecta únicamente a quienes deciden no vacunarse o es un peligro para el resto de la población? Elena Alcover: «Las personas que ya han recibido la inmunización no estarían en riesgo pero, por circunstancias médicas, existen personas que no pueden vacunarse, y estas si se verían afectadas. Cada enfermedad, matemáticamente hablando, tiene una variable que guarda a cuantas personas puede afectar, por la cual distinguimos afecciones más y menos contagiosas. El problema principal con el sarampión es que esa variable, a la que denominamos ‘R’, es muy alta porque una sola persona afectada puede contagiar a entre 12 y 18. Si nos aseguramos de que la población que puede inmunizarse lo haga, formamos una especie de escudo para proteger esas personas que no pueden hacerlo porque se reducen las posibilidades de estar en contacto con la enfermedad».
Entonces, ¿qué supone para estas personas que no se pueden vacunar que otras decidan de manera voluntaria no hacerlo? EA: «En las matemáticas hay una cifra que dice que para que una población sea segura, el 95 % tiene que estar vacunado, pero no de la población total, sino de cada lugar en el que se encuentra el individuo. Si mi hijo, que no se puede vacunar, va a un parque, a clase, o a cualquier lugar, el 95% de las personas que estén a su alrededor tienen que estar vacunadas, por lo que realmente el porcentaje real es mucho mayor. Que esto no ocurra así supondría para ellos un aumento del riesgo de entrar en contacto con el virus».
Alguno de los argumentos de los antivacunas es que desconfían de la honestidad de la comunidad científica. ¿A que crees que se debe? María Alcover: «Primero hay que entender que cada fármaco que se introduce en el mercado tiene que pasar muchísimos controles de seguridad, además de ensayos clínicos. Aunque entiendo que la farmoindustria es muy potente y puede haber muchos intereses económicos detrás de ella, para lograr que un medicamento entre en el mercado, como el caso de las vacunas, antes debe estar probado científicamente. Creo que el problema de la desconfianza tiene que ver en realidad con la falta de divulgación por parte de la comunidad científica y de los propios médicos, que no cubrimos esa parte de la educación sanitaria. Por eso es fundamental por parte de los médicos luchar por una atención de calidad en la que dispongamos de más tiempo con cada paciente».
«El gran problema no es la existencia de estas nuevas técnicas, sino que actúen como sustitutos de los tratamientos médicos»
¿Cuál es su visión de los remedios alternativos como la homeopatía o la pseudoterapia? MA: «Esta corriente se relaciona mucho con el rechazo a las sustancias químicas, y con el pensamiento de que la comunidad científica rehusa de todo tratamiento que no sea químico. Sin embargo, existen numerosas técnicas como la musicoterapia o la terapia ocupacional que también son ciencia pero que tienen detrás estudios científicos y estudios reglados. El gran problema no es la existencia de estas nuevas técnicas, sino que actúen como sustitutos de los tratamientos médicos».
Por tanto, ¿estas técnicas carecen de validez? EA: «Para creernos algo tiene que estar refutado y lo que no podemos es ser ignorantes en ese sentido. Es necesario concienciar a la gente, no solo en el ámbito de las vacunas sino en general, de que no podemos creer todo lo que nos cuenten. El estudio científico del mundo de la vacuna no se puede comparar al de otras alternativas como las que ahora están surgiendo. Es decir, teniendo un remedio que realmente sirve y que nos ha protegido durante muchos años, es inútil a aferrarnos a algo que no está avalado por la ciencia».
Otro de los argumentos de estos grupos es que los efectos adversos son mucho mas graves que la propia enfermedad. ¿Es esto cierto? MA: «Es cierto que cualquier medicamento tiene efectos secundarios porque estamos introduciendo sustancias químicas en nuestro organismo, pero los efectos adversos de una vacuna son muchísimo menos graves que las consecuencias potencialmente dañinas que puede tener la enfermedad para la que se aplica».
Si es así, ¿por qué hay tanto miedo a los efectos secundarios? EA: «Hay una parte de las matemáticas que se llama la Teoría de Juego que explica cómo actuamos nosotros ante las situaciones. En este contexto, hablamos de un concepto que se llama racionalidad miope, que es que muchas veces nosotros actuamos conforme a las cosas que vemos, y como en nuestro día a día, por ejemplo, no vemos casos de sarampión, no somos conscientes de la problemática que esto en realidad ocasiona. Somos mas cercanos a los casos de reacciones que puedan tener las vacunas que a las propias enfermedades, pero las consecuencias de no recibir la inyección son mucho mayores que las de hacerlo y sufrir efectos adversos. Sin embargo, como nosotros en nuestro entorno vemos más casos de los efectos secundarios, porque la mayoría de la población se vacuna, pensamos que son peores o más comunes».
Algunos padres están preocupados de que las vacunas múltiples en la primera infancia pudieran dañar el sistema inmunológico de sus hijos, haciéndolos más susceptibles a futuras infecciones… MA: «Es normal que muchos padres tengan dudas porque no se les ha explicado previamente, pero el calendario vacunal no está elaborado aleatoriamente. La inoculación se realiza desde edades muy pequeñas porque hemos visto que resulta mucho más efectivo. Por otra parte, en relación a si alteran o no su sistema inmune, es cierto que aunque va a provocar una reacción, se trata de una reacción positiva incluso para el desarrollo del niño».