Canarias ante el reto ecológico

Sociedad

La marea baja y descubre los restos de un vertedero cotidiano. Las algas se mezclan con bolsas de plástico y los restos de comida de los paseantes, que se tienden al sol. A pesar de ello, se sigue jugando en la arena con una arsenal petrolífera frente a sus ojos en la playa de Las Teresitas mientras desperdigan sus desechos como en la pasada noche de San Juan. A la espera de las microalgas, 16 millones de turistas que llegan a las costas del Archipiélago deben conocer qué les espera y, a pesar de ello, se adivina la otra cara de la moneda en acciones esperanzadoras como la que sucede en la costa de Gran Canaria, donde la nueva instalación de un aerogenerador marino de la Plataforma Oceánica de Canarias sirve como ensayo de futuros avances tecnológicos.

Estamos abocados a la generación de un futuro sostenible dentro de una sociedad globalizada que se debate entre el abandono de los combustibles fósiles y la negación del cambio climático. La deslegitimación de pactos internacionales como el Acuerdo de París por parte de EE.UU. suponen un desaliento; o el estado de las costas del Archipiélago de Chinijo, como la Graciosa, quien hace apenas unas semanas era protagonista de un reportaje de El País por culpa de la contaminación. Pero quedan pequeñas señas de compromiso. Un ejemplo: un 60 % de la energía eléctrica de la isla de El Hierro proviene de la central hidroeléctrica y eólica de Gorona del Viento.

La pregunta es: ¿conseguiremos efectuar el cambio antes de que sea tarde?

“El potaje de calabaza sabe a calabaza, el de acelga a acelga, y así sucesivamente”


La vida continúa, y Susi remueve lentamente el rancho que le prepara a la chiquillería que vendrá más tarde al comedor del CEIP Las Mercedes.  La mañana despierta entre bostezos mal disimulados en este pequeño reducto de calma, ajeno al tráfico de las grandes ciudades en el municipio de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife. Se cuela el aire frío entre las ventanas abiertas y los eucaliptos estiran las ramas. El caldo burbujea y los olores llenan la cocina mientras Eli, María Jesús y Jonás, el resto de sus compañeros, desayunan a la vez que se cuentan anécdotas en sillas que ya hace tiempo les quedaron chicas. Son las diez y media de la mañana y llevan levantados desde las ocho para tener todo a punto.

Un colegio pequeño, familiar, cada uno sabe dónde vive su compañero de pupitre. Y hoy hay que aprovechar para adelantar trabajo, ya que es un comedor donde normalmente los comensales rondan los 330 alumnos. Se prepara el almuerzo, en el cual se distinguen colores brillantes, el sabor se vuelve más intenso y se procura que todos los alimentos sean frescos. Eso es lo que se persigue aquí, en Las Mercedes, un colegio a las afueras rodeado de pequeños cultivos y casas terreras. Lo dirige Francisco Rodríguez Prieto, un aragonés afincado en tierras laguneras, quien aboga por el modelo que se promueve desde el Gobierno de Canarias: los ecocomedores.

Francisco Rodríguez, director del CEIP Las Mercedes. Foto: Carla Rivero

El director reflexiona sobre ello: “La cuestión es enseñar a comer bien a los pequeñajos, y contamos con el claro apoyo de los padres”, un respaldo que se hace evidente cuando “en cuatro años nuestro número de niños y niñas apuntados al comedor ha subido tanto que ya tenemos lista de reserva, incluso los profesores se quedan a comer”. De esta forma, se contrata a un catering privado que funciona como proveedor de los productos ecológicos del agricultor local, y así llegan a la mesa los alimentos frescos de la zona.

“El potaje de calabaza sabe a calabaza, el de acelga a acelga, y así sucesivamente”, comenta. En principio parecería algo obvio, pero todo lo contrario, debido a que “es fundamental el papel que desempeña la Educación en la concienciación de estos niños y niñas”. Futuros habitantes que conocerán a través del paladar cuáles son los productos que cultivan sus vecinos agricultores. Esta labor la reconocen los cocineros del recinto, quienes aprecian que se vuelvan a recuperar estos valores.

“Canarias puede ser un referente ecológico a largo plazo”


Paulatinamente, desde el año 2013, la semilla de este programa sostenible llamado Ecocomedores de Canarias ha ido creciendo, y ya son 45 los colegios que cuentan con estos medios, los cuales están repartidos en todas las Islas de la Comunidad. Este es uno de los datos facilitados por el Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria (ICCA), la entidad encargada de cooperar en campañas ecológicas y de sostenibilidad del Gobierno de Canarias.

Margarita Hernández, técnica en agricultura ecológica y supervisora de este servicio, se pone al teléfono y enumera varias propuestas que se desean cumplir este año desde la competencia autonómica en colaboración con los cabildos: seguir fomentando la producción agrícola y responsable en el entorno insular, además de una difusión y concienciación de la población canaria.

Ecocomedor del CEIP Las Mercedes. Foto: Carla Rivero

“Canarias puede ser un referente ecológico a largo plazo”, aduce, “por tanto, los ecocomedores se plantean como un proyecto de futuro que une a los agricultores ecológicos -participantes voluntarios a los que se les exige estar inscritos en el Registro de Operadores de Producción Ecológica (REGOE)- y a los colegios, de manera que se establezca una relación independiente de las instituciones para que esta sea factible en el tiempo; somos quienes ‘acompañan’ el proceso”. Una especie de tutela que haga que este intercambio socio-comercial se normalice.

Una iniciativa que se intenta hacer llegar mediante las reuniones que se realizan con los AMPAS. Sin embargo, Margarita reconoce las limitaciones ultraperiféricas y la enorme dependencia que sustentan los isleños del exterior. Por lo tanto, se necesita de un apoyo económico al que se enfrenta el Ejecutivo, el cual “plantea programas con los agricultores inscritos para potenciar las superficies”.

Todo un engranaje político y social que finalmente toma forma en los platos que son servidos cada mañana por Eli, quien durante la jornada echaba en falta “un planteamiento a largo plazo en Canarias, en cosas tan simples como puede ser el cultivo de una zanahoria, para que se logre que esté disponible en la temporada que le corresponde”, y añade: “No se trata de castigar a lo que viene de fuera, sino potenciar a lo de dentro”.

«Sé de agricultores que prefieren tirar su cosecha antes de venderlos a esos precios tan bajos»


Así lo comprenden en distintos ayuntamientos como el de Valleseco, donde se da cabida a los cultivos ecológicos. El municipio norteño de Gran Canaria ha puesto en marcha ECOVALLES – Mercado Ecológico de Valleseco, el primer mercado enteramente sostenible de la producción canaria. El paseo de piedra desde la Iglesia de San Vicente Ferrer lleva hacia los puestos del recinto, estos se reúnen en torno a un patio grande y cubierto listo para tomarse un café o una tila que coloree las mejillas. Se muestra al público la alternativa a los colorantes y los aditivos y la manera de conseguirlo como abonos que surten a la tierra de la fuerza necesaria para evitar los pesticidas.

Rosaura es una de las vendedoras que se encuentra en una de estas salitas. La rodean las cestas de membrillo llenas de coliflores, aguacates, naranjas, berenjenas, papas, limones… Sus ojos verdes reciben al visitante con una mezcla de expectación y tranquilidad que deja pasar al tiempo con disfrute. “La ecología es salud”, dice. “Y es que muchos de los que realizan agricultura convencional piensan que al dejar de utilizar veneno se vuelve a lo antiguo. Nosotros quitamos las malas hierbas con las manos, esa misma que a ellos no les aparece al utilizar pesticidas. Pero es que esas mismas hierbas se llevan las plagas”, contrapone.

Gracias a esta perspectiva, Rosaura lleva en el mercadillo desde hace dos años. De igual manera, comprende y respeta a los compañeros que no siguen su modus operandi, y entiende la variación de los precios de los que se queja la clientela que va directamente a los supermercados con cierta resignación. “Los agricultores ecológicos establecemos los precios según las cantidades de agua, de abono y demás que hayamos utilizado, y en eso la agricultura convencional está más castigada, sé de agricultores que prefieren tirar su cosecha antes de venderlos a esos precios tan bajos”, reflexiona.

Rosaura, agricultora ecológica. Foto: Carla Rivero

Una problemática que sigue presente en nuestros huertos. A los que, tal y como nos lo describe, se les cambia su apariencia en el entorno ecológico, ya que refleja el propio ecosistema. “Planto hierbas aromáticas, que es a dónde van los insectos, luego dejo que los pulgones aparezcan, y así las hormigas se lo comen”, un ciclo en el que se refleja el hacer de la Naturaleza.

“No creo que me dedique a la hostelería ecológica ahora, aunque nunca se sabe»


Tal vez a ese reencuentro de lo primigenio va Lisandro Cabrera y su hija, Celeste, cuando aclaran que su clientela viene a ellos porque “buscan un producto de calidad, libre de aditivos”. Sin embargo, “la materia prima con la que realizamos los panes es toda de fuera, no hay terrenos donde se planten los cereales ecológicos que necesitamos”, dice Lisandro mientras amasa un pan redondo de matalauva. Fuera, su cuñada se encarga de vender al público las galletas de jengibre que han sido ideadas por Celeste. Ella sabe lo duro que es este mundo, “no creo que me dedique a la hostelería ecológica ahora, aunque nunca se sabe, además, me han admitido en la Universidad y, no sé, veo a mi padre cada día…”. Sabe lo duro que es.

La jornada empieza a las tres de la madrugada. Sube a Valleseco para reunir la madera y calentar el horno de leña hasta que se recoge a las ocho de la noche después de un largo día, descansa y continúa la ruleta hasta el siguiente amanecer. Se concentra en las cantidades, en amasar con cuidado, y fuerza la mezcla blanda de harina y agua que dará lugar a un alimento único en su especie.

Las canas tiñen la cabellera de Lisandro, quien cambió completamente de vida para dedicarse a la repostería ecológica, y Celeste, quien lo ayuda, cuenta cómo se realiza “con muchas ganas y amor” una pequeña empresa que se plantea dar el decisivo paso a la industrialización de su trabajo. “Aún nos lo estamos pensando, no sabemos qué hacer”, reconoce el panadero, y es que, a pesar de todo, hay que “seguir, seguir y seguir”. Pronto, otros municipios, como Santa Brígida, serán los siguientes escenarios de esta pequeña revolución local que ya ha llegado a distintas partes de la Isla, desde la costa norte de Arucas hasta los humos y ruidos de la capital grancanaria.

Cerca, en el Museo Etnológico del municipio, se encuentra su encargado, Alfredo. «Ahora mismo les abro», les dice a los visitantes espontáneos que vienen a ver la muestra de arte ecológico que está expuesta en el Auditorio de Valleseco. La curiosidad de una mañana de domingo se refleja en aquellas caras que se unen a la excursión improvisada.

«Creo que es más noble salvar el planeta que llenarte los bolsillos llenando galerías de arte»


La puerta se corre lateralmente, las luces comienzan a encenderse y poco a poco los visitantes entran tímidamente. Ante ellos, José Ramón Martín ha dejado un rastro de recuerdos y transformaciones de utensilios cotidianos. Botellas de vidrio, velas, sandalias, botellines, espejos, mesitas de café… La exposición se llama Manibus, una muestra exclusivamente ecológica. El arte ha saltado a la palestra y queda grabado en la retina.

La historia del artista comenzó hace 14 años, cuando decidió trasladarse de la capital a Valleseco y “conocer quiénes son realmente mis vecinos”. El arte lo liberó de la rigidez de su antiguo trabajo como maquinista naval, y decidió incurrir en una expresión íntima, creativa y atrevida que ha ido adquiriendo una impronta personal. La temática de esta obra se basa en la conciencia: “Una conciencia que me lleva a ver cómo vamos derivando nosotros, el planeta y los residuos”. Con esta visión ha querido dar una segunda oportunidad a los objetos que lo acompañan, desde las botellas que le dan sus amigos propietarios de bares hasta los zapatos que les cuenta su historia en los vertederos que han sido abandonados.

‘Manibus’, exposición del artista José Ramón Martín. Foto: Carla Rivero

“Ellos me han hablado y me dicen ‘¿y yo qué?’, me piden que cuente qué ha sucedido con ellos”, y es aquí, en su primera exposición individual, donde lo muestra. Uno de los ejemplos de su arte es la chaqueta metalizada que se encuentra en medio de la sala “es mía, la escuché, y ahora se ha convertido en un símbolo de la guerra de Vietnam, del conflicto”, explica. Los pensamientos de José Ramón se quedan suspendidos sobre las piezas que ha ido construyendo a lo largo de estos años, los cuales se reflejan en el pequeño armario que convirtió en un mini bar macizo donde “las historias de la señora a la que se lo compré y las aventuras del capitán Nemo se mezclan”.

Un sentido crítico y de concienciación del arte al que reclama un papel más importante puesto que no es una simple cuestión estética, enfatiza, “se le trata como arte basura pero creo que es más noble salvar el planeta que llenarte los bolsillos llenando galerías de arte”. Una propuesta que seguirá promoviendo en Vecindario y en Las Palmas de Gran Canaria, cuyos habitantes serán los próximos oyentes de estas fábulas que relatan las toneladas de desechos que generamos cada día.

Estos son los testimonios de voces dispersas a lo ancho del Océano Atlántico, unas voces que, incluso en la lejanía, se comprenden y pronto llegarán a conocerse. Es esta realidad que convierte a las Islas Canarias en un foco de innovación y de antesala a una de las mayores transformaciones de nuestras sociedades.

Foto de portada: web institucional del Ayuntamiento de Valleseco.

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