Cuando Alan Turing se planteó en la mitad exacta del siglo XX si los ordenadores podrían pensar, la actualidad era un lugar demasiado lejano. En 1956, cuando John McCarthy creó el término “Inteligencia artificial” (IA), la realidad en la que hoy existimos estaba mucho más cerca.
No pasa un solo día sin que hagamos uso de un teléfono móvil, ordenador o tableta, todos ellos herramientas que imitan de forma automática nuestras capacidades y que simplifican en cuestión de segundos nuestro trabajo. Roberto Marichal, profesor de Ingeniería Informática y de Sistemas, investiga sobre esta área del conocimiento que atañe al progreso y modificación de la tecnología. En concreto, se encarga de la Neurodinámica, rama científica que estudia los comportamientos de las redes neuronales propias del ser humano y que pueden incluirse de manera artificial en los programas con estructuras de entrada y salida de señales. Asegura que “muchas veces no se sabe por qué funcionan las redes”, y es, precisamente, el análisis del dinamismo, de los puntos estables y de las posibles potencialidades lo que hace posible que las máquinas puedan realizar tareas como nosotros.
La inteligencia artificial va más allá de que un programa pueda hacerse pasar por un hombre y responder las preguntas que le hacemos a Google. Su aplicación a la Neurofisiología permite avances científicos como descubrir la presencia de una enfermedad en el organismo humano mediante el estudio de las señales neuronales. Los sistemas inteligentes revolucionarios de los años noventa del siglo XX son capaces de identificar rostros en los aeropuertos, autoguiar un coche para que aparque solo o realizar predicciones en la bolsa.
Más de 19 años de investigación le han valido a Marichal para saber a ciencia cierta que esta rebelión tecnológica no supone un peligro para las personas, sino una ayuda. La dominación robótica en el mundo es un mito fácil de desarticular: el margen de error en el que vivimos se aplica también a los sistemas informáticos que nos simulan. “Las máquinas pueden dar datos erróneos, por lo que son meras ayudantes de los profesionales que las controlan. No se puede sustituir el cerebro humano”, sentencia el profesor.